Cómo estáis pasando el fin de semana, por aquí con solo y muy buen tiempo, ya era hora!!
Hoy les traigo un fragmento de "La Guardiana I: Predestinada"
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Introducción
18 de marzo 1314 anno
domini del Signore.
El día en el que todo tuvo inicio. La Orden de los Templarios
sería totalmente desmembrada, no debía quedar vivo ni uno sólo de sus
integrantes, intereses superiores regían el mundo.
Felipe el Bello y el Papa Clemente V ambicionaban la
enorme riqueza y el poder que poseían los Caballeros Templarios, adjetivos que
los habían convertido en una piedra en el zapato del Vaticano y de la corona, para
conseguir terminar con ellos ambos se encargaron de levantar calumnias contra
hombres cavales que blandían su espada en nombre de Dios y que un día habían
servido a la iglesia y a sus fieles, pero no hubo piedad para con ellos. Se
decidió el destino de muchas personas que hasta ese momento habían consagrado su
vida al servicio del «Señor».
Además del poder los Caballeros Templarios, ostentaban la
custodia de muchas reliquias muy importantes y poderosas además de una gran riqueza
espiritual y terrenal. Verdaderas armas, que en las manos equivocadas podían
terminar con la humanidad.
La mano encargada de poner fin a la orden fue La Santa
Inquisición, que era una institución creada por la Iglesia para indagar y punir
mediante un tribunal a quienes eran considerados herejes después de juicios
absurdos.
En aquel tiempo la Inquisición apresó a gran parte de los
Templarios y con técnicas de tortura muy avanzadas para la época, les hicieron
confesarse culpables de herejía, cuya pena era la muerte en la hoguera.
Pero todo esto no era solo simple obra
de los hombres, seres oscuros se mezclaban con las altas esferas del poder
eclesiástico y real, sus objetivos único y principales eran las reliquias y por
medio de maquinaciones y subterfugios convencieron a los hombres a ayudarlos en
tal labor, induciéndolos a creer que lo hacían en beneficio propio y de las
instituciones que representaban.
Mientras en las filas de los
ejércitos del bien se encontraban ángeles que se mezclaban entre los hombres,
enviados por el mismo Dios para proteger dichos objetos de poder de las manos
de los «Caídos», luchando y sangrando codo a codo.
Detrás
de la guerra terrenal entre los hombres, se libraba una guerra divina en la que
el Bien y el Mal, el Cielo y el Infierno se contendían la hegemonía y el poder
absoluto sobre el mundo terrenal y todo lo que existe en él.
Los Caídos o Nefilim son ángeles desterrados del paraíso,
comandados por el más potente ángel expulsado del cielo: Lucifer y bajo sus
órdenes siembran allí donde van la desgracia, el caos y la violencia.
Tales seres eran los encargados de guiar la mano de la
Santa Inquisición y lo hacían valiéndose de triquiñuelas y por intermedio de
ella intentaron aniquilar a todos los Ángeles de Luz que se encontraban
esparcidos por toda la tierra que habían sido enviados por Dios para ayudar a
los hombres y protegerlos de grandes peligros, labor difícil por no decir casi
imposible, con tantos enemigos dispersos por el mundo.
La fórmula infalible de los inquisidores era culpar de
herejía y brujería a sus víctimas. Entonces entraba en acción el tribunal de la
Santa Inquisición, que hacía arder a miles de inocentes en sus hogueras.
Eran días oscuros, se encontraban «culpables» en cada
rincón de Europa. Mediante mentiras y maquinaciones se juzgaban seres que no
eran de éste mundo, enviados por el Altísimo, para salvar a los pobres y
desvalidos, almas que necesitaban consuelo.
Todo este horror pasó delante de los ojos del mundo
entero sin que la humanidad tuviera el mínimo atisbo de consciencia de que entre
las víctimas había ángeles y que las hogueras que al final tanto seguros los
hacían sentir eran alimentadas por aquellos que habían sido enviados a
protegerlos de los lobos que ahora guiaban el rebaño que caminaba ignaro del
peligro que lo celaba.
Desde tiempos inmemorables se lucha contra el mal, que
está por doquier enquistado en todos y cada uno de los ámbitos sociales y es un
trabajo difícil acabar con él ya que echa raíces profundas y es imposible
erradicarlo porque cuando se extirpa de un lado se expande por otro, manchando,
aniquilando todo lo que toca, volviéndolo inútil, yermo. Es el caso de las
almas que se contaminan con ese veneno y se corrompen hasta convertirse en
sombras que se desplazan alimentándose de almas débiles e indefensas que vagan
en el limbo.
Pero yo Uriel,
cuyo nombre significa «Fuego de Dios». Soy el líder de los ángeles guardianes y
he sido designado en la tierra para ayudar a personas de bien a seguir sus
sentimientos puros y guiar a los demás ángeles guardianes para que ayuden a sus
custodiados a cumplir con sus deberes, a alcanzar la iluminación del espíritu a
través de actos altruistas. Proteger los objetos de poder se encuentra en la
cabeza de mi lista y si es necesario daré hasta la última gota de la sangre que
corre por este mi cuerpo terrenal, no pienso permitir que los Caídos consigan
hacerse con ellas para sus objetivos oscuros.
Y haré lo posible y lo imposible para llevar adelante mi
encargo, nada ni nadie podrá detenerme.
No puedo permitirme bajar los brazos, hay mucho en juego:
la humanidad, sus almas y el equilibrio del Universo.
Muchos ángeles se encuentran enrolados en las filas de
los ejércitos de los Templarios, fieles a Dios. Defendiendo el bien aún a costo
de sus vidas. Es un trabajo arduo, pero el sacrificio es el más grande de los
dones que podemos entregar a nuestro Señor y al resto de la humanidad que
camina hacia adelante sin saber cuál será su destino si Lucifer se libera de
las cadenas que lo tienen confinado en el infierno.
He sido enviado por Dios para
salvaguardar las almas de los humanos y las reliquias divinas, para que no
caigan en las manos equivocadas, en las de monstruos oscuros que ambicionan
poder para expandir en la tierra los dominios del «Ángel Caído» más famoso de
toda la historia, Lucifer, que no se resigna a estar confinado en los abismos
del infierno.
He pasado mucho tiempo entre las filas de los Templarios,
he visto los horrores y padecido las plagas luchando codo a codo con los
hombres, en el corazón de la guerra, defendiendo lo sagrado del ímpetu del mal.
He visto las miradas de terror de aquellos hombres valerosos que se enfrentaban
ante la furia de los impíos que intentaban hacerse con Tierra Santa y que por
fin protegidos por el manto del maligno lo consiguieron, fueron días
sangrientos que nada podrá borrarlos de mi mente.
Lucifer quiere tomar posesión de las reliquias, objetos
de poder, para ser aún más fuerte y poder romper las fuertes cadenas que lo
mantienen confinado a diferencia de sus secuaces que caminan libremente entre
los hombres, minando sus almas y convirtiéndolos en seres sin escrúpulos,
llenos de odio y crueldad, oscureciendo sus mentes con la ignorancia, la
envidia y la violencia. A Lucifer le ha sido negado aquel derecho y por ello
lucha por su libertad.
Después de haber perdido Tierra Santa, los Templarios
ignaros del peligro que los acechaba, volvieron a París sin saber que allí, enfrentarían
su destino y yo volví con ellos. Mi deber era mantenerme cerca a Jackes de
Molay y custodiar junto a él un gran tesoro, el Santo Grial, fuente de inmenso
poder, por ello tan ambicionado del mal.
Pasamos muchos
años en París, en los que los Templarios llegaron a convertirse en una Orden
muy rica y famosa , hasta Felipe IV les pidió un préstamo importante de dinero,
de ese modo fue forjándose el destino de la orden…
La historia siguió su curso hasta el 13 de octubre de
1307 fecha en la que tuvo inicio el principio del final: Lucifer, nos pisaba
los talones y estaba a punto de desencadenar el infierno. Se desató una cruenta
casería encubierta de ángeles, las muertes de los hombres integrantes de la
Orden fueron sólo «daños colaterales», que de todas maneras beneficiaban al Rey
francés.
La Santa Inquisición estableció la disolución de la Orden
de los Templarios por herejía, de manera tal que dispuso del poder de juzgar a
todos sus integrantes, encubriendo su verdadero interés de terminar con la
mayor cantidad posible de ángeles de luz y conseguir el Santo Grial.
La noche
del 17 de marzo de 1314, en un sueño recibí un mensaje, tenía que dejar que se
cumpliera el destino ya escrito del Gran Maestre Jacques de Molay.
Fue encontrado en un escondite en las
montañas y tomado prisionero, sin mayores dilaciones, el día siguiente fue
condenado a la pena de muerte y poco después sería ejecutado.
Yo tenía que escapar y proteger el Santo Grial, cumplir
con la misión que me había sido encomendada, abandonando a mi protegido a su
triste suerte.
Porque no está en mi poder, evitar que cada ser humano cumpla
con su destino por muy injusto que sea, ya ha sido escrito por el Altísimo e
interrumpir con su plan divino sería crear «caos» y a nosotros ángeles de luz
nos está prohibido, eso es más obra de los Nefilim.
Un ángel y en mi caso un Arcángel no puede ni debe
interferir en el destino de los hombres, sólo podemos acompañar a nuestro
humano con plegarias y orar por su alma para que encuentre paz en el más allá.
No podía revelarme contra Dios, por mucho que me doliera
debía seguir sus órdenes, he sido creado con esa finalidad, ejecutar órdenes
sin rechistar. Y esta no iba a ser la primera vez que me revelaría a mi Señor.
Aunque más adelante sería una posibilidad que me replantearía y que terminaría
por aceptar y hasta realizar, enfrentándome a todas mis premisas y poniendo de
cabeza el entero orden Celestial.
Pero en ese momento no se me cruzaba la ida por la
cabeza, traicionar a mi Dios, ¡Jamás! Creía que no podría perdonármelo nunca, que
la vergüenza me cubriría por toda la eternidad. Porque juzgaba que todos sus
designios eran justos y que no podía existir margen para el error, que todas
las ordenes que me llegaban a través de mi superior, Gabriel eran las ordenadas
por Dios, pero después de tanto tiempo y las cosas que sucedieron he cambiado
mi forma de pensar…
Cuando me acerqué a la ventana de la casa donde me
encontraba escondido, pude ver que la luna llena brillaba alta en el cielo, su
luz blanquecina se colaba proyectando un cuadrado iluminado sobre el piso de la
habitación maloliente. El aire fresco se agradecía. Aspire hondo manteniéndome
en cuclillas escondido al reparo de las sombras.
Tenía la respiración acelerada y todos mis sentidos en
alerta, debía escapar, me quedaba poco tiempo, si permanecía allí me
encontrarían y me apresarían. Mi final sería como el del resto, en la hoguera
ardería mi cuerpo humano y volvería a mi estado angélico cubierto de vergüenza
por no haber cumplido mi misión.
Tomé mi capa, y salí por la puerta de atrás que daba a un
callejón estrecho y oscuro. La casa estaba en el centro de París así que debía
marcharme aprovechando la oscuridad.
La noche era muy
fría, me cubrí con la capa oscura apretándome con fuerza contra ella. Las
calles de París parecían tranquilas y sin peligro alguno, pero yo sabía que
detrás de esa gran tranquilidad se celaba el mal, la injuria y la muerte…
El cielo era sereno, el aire fresco golpeaba mi cara,
caminé escondiéndome entre las sombras de la noche.
Me sentía más
humano que nunca, era mucho tiempo que me encontraba en la Tierra mezclado
entre ustedes, sufriendo las desventuras que cualquier humano puede sufrir, me
parecía tan lejano el tiempo en el que mi «esencia» era libre.
Tener un cuerpo físico es muy doloroso y es necesario
cuidarlo mucho, la carne es frágil, se magulla y por sobre todo se corrompe, es
algo con lo que aprendes a convivir, la lucha constante para vencer las
tentaciones.
El corazón me latía fuerte, lo sentía palpitar en mis sienes.
Tenía la respiración irregular, las manos me temblaban y estaban heladas.
Había llovido todo el día y ahora que el cielo estaba
limpio el frío y la humedad se hacían sentir más que nunca, cosa que era
positiva porque las calles estaban desiertas.
El Gran Maestre sabiendo que era
perseguido y antes de caer en las manos de los infames, me había confiado la
protección del Santo Grial.
Él era el único ser humano en el
mundo que sabía quién era yo en realidad y conocía mi misión en la Tierra. Yo era
el único en quien podía confiar, desde que había descubierto mi origen me había
convertido en su mano derecha, en su «Ángel de la Guarda».
El
silencio de la noche era interrumpido por los ladridos de algunos perros en la
distancia, pero había mucho más que eso en el aire eléctrico que me envolvía
helándome hasta los huesos.
Me detuve apoyado
a una pared de un callejón estrecho, oscuro y maloliente de orina y eses y oteé
un momento las calles principales, alguien me seguía, podía percibirlo, agudicé
el oído y esperé. Llevaba conmigo mi espada, escondida entre las vestimentas,
la tomé por la empuñadura con fuerza y me preparé para ser embestido pero el
ataqué no llegó… continué la espera… mi cazador estaba cerca, tal vez volando
sobre mi cabeza, un escalofrío me recorrió la espalda. Me dolían los nudillos
por la presión constante que ejercía en la empuñadura de mi espada.
Las
luces del alba iniciaban a colorear el cielo con pinceladas de rojo fuego el
horizonte, haciendo relucir los girones de nubes que se arremolinaban para ver
el espectáculo del sol naciente, las sombras se habían ido atenuando, difuminándose
hasta dejar paso a la claridad que iniciaba a delinear las siluetas de las
cosas, mi escondite ya no era seguro o tal vez nunca lo había sido. Tal vez
alguien esperaba que hiciera mi primer movimiento para caer sobre mí y
asestarme un golpe certero.
Me acurruqué con la espalda contra el muro, siempre en
guardia, con las piernas flexionadas y los codos apoyando sobre mis rodillas
aguantando el peso del acero de mi espada. Un ligero rumor, que para un humano
hubiese sido inaudible, llego a mis oídos, fuerte y claro se trataba de pasos,
felinos, delicados, amenazadores, portadores de muerte y putrefacción.
No me cabía duda alguna había alguien cerca, muy cerca y
continuaba a acercarse a mí… no era un humano… eso lo podía oler… Sí mis
sentidos alertas iniciaron a recibir las señales de que una criatura demoníaca
se celaba cerca de mí. En el aire se instaló un olor a azufre que rápidamente invadió
mis pulmones, incrustándose como agujas en ellos no me dejaba respirar.
Me estaba ahogando, inicié a toser y mientras lo hacía una
nube oscura exploto delante de mí a pocos pasos, cuando inició a disiparse se
dibujó una silueta envuelta en una capa oscura.
No podía ver su rostro, pero debajo de la capucha vi relampaguear
sus ojos ardientes como brasas, rojos como el fuego. Intenté cubrirme la nariz
con una mano y la tela de mi capa porque el olor a azufre era insoportable.
El individuo se acercó lentamente, dejó caer la capa al
suelo y pude ver como desplegaba sus alas negras que relucían acariciadas por
la tímida luz del nuevo día. Frunciendo el ceño y forzando mis ojos mire con
atención, incrédulo.
Se trataba de una mujer muy bella, su
piel era blanca como el alabastro, el color de sus ojos eran verdes, pude
distinguir su color cuando se apagaron las llamas en ellos. Su cabello rubio,
dorado como los rayos del sol caía sobre sus hombros.
Era terrible y lujuriosamente
hermosa, se contoneaba con movimientos felinos, lentos y agraciados, me
hipnotizó. Por un momento me quedé petrificado, embobado, me había atrapado en
sus redes, intentando confundir mi mente y lo estaba consiguiendo. Estaba
sucumbiendo a las artimañas del demonio. Recordé lo que había escuchado hablar
de ella, todas las historias que se tejían sobre su persona eran nimiedades en
comparación a tal belleza.
La única
hembra entre tantos Nefilim, ella era la mano derecha de Lucifer, despiadada y
enérgica, hábil y manipuladora. Cuentan que su espada ha cercenado más cabezas
que ninguna otra y que el frío de su acero ha abrasado más almas que el fuego
del infierno.
Su nombre es «Lilith»,
la leyenda narra que fue la primera mujer de Adán. Ella estuvo en el paraíso
antes que Eva y por su propia iniciativa abandonó el Edén, convirtiéndose en un
demonio, ahora está bajo el comando de Lucifer, a su servicio, es fuerte, tanto
que es su mano derecha.
—¿Dónde
vas Caballero Templario? —me preguntó, con voz sensual —¿Por qué no has corrido
despavorido como tus otros compañeros, escapando como una rata? Tal vez conozco
la respuesta. Como bien puedes ver, soy un Nefilim, pero eso tú ya lo sabes ¿No
es cierto? Porque tú eres un ángel.—Ella me ha olido, no tiene sentido que le
conteste—. Estoy buscando… —hace una pausa, sonríe maliciosamente, para después
continuar —… eso que llevas, ahí —dice señalando con el mentón mis vestidos en
el lugar donde llevaba escondido el Santo Grial—. Estoy aquí solo por él y me
lo darás, Uriel… o lo tomaré a mi manera y no te gustará…
Un
escalofrío me recorrió la espalda al sentirla pronunciar mi nombre, sabía más
de lo que me esperaba, no había sido un caso que me encontrará.
—¿Sabes
mi nombre? —pregunté, mi identidad había sido descubierta y quien sabe desde
cuándo.
Lucifer sabía que yo era el encargado
de proteger el Santo Grial. Tenía que escapar… no podía dejar que se apoderarán
de él. Mi cobertura había saltado, ya ningún lugar en París era seguro para mí
y tanto menos para lo que yo deseaba proteger. Tenía que pensar rápido y con
lucidez. La miré directo a los ojos y puede ver un destello, intenté no
mostrarle mi desazón al saberme descubierto. En mi rostro se instaló una
expresión seria, la tensión de mi mandíbula y mi mirada glacial intentaban ser
lo más creíbles posibles. Ella me miró y me devolvió una sonrisa burlona, para
después hablar.
—No sólo
eso. Sé quién eres realmente, un Arcángel, el líder de los Ángeles guardianes
en la tierra. Estás por debajo de las órdenes de ese insoportable de
Gabriel—dice encogiéndose de hombros y poniendo los ojos en blanco al
pronunciar el nombre— Has sido enviado por él para custodiar el secreto de los
Templarios. Pero creo que como muchos otros fallarás en la empresa, ya que
estoy dispuesta a matarte como hice con tantos otros como tu… no me importa tu
rango, ni tu fuerza que son una nimiedad al lado de las mías, no te resistas, no
podrás contra mí, yo soy más poderosa y si te empeñas en enfrentarme podrás
apreciarlo, cuando corte tu garganta y te ahogues en tu sangre.
La miré
sin pronunciar palabra alguna, y sin parpadear manteniéndome en posición de
ataque, continuaba hechizado por la belleza de aquel ser oscuro. Parecía que me
habían cortado la lengua, no podía mover mis músculos.
Había luchado siempre en contra de ellos, pero jamás
había visto una mujer tan perfecta, voluptuosa y atrayente, parecía tan frágil…
pero me equivocaba, era un demonio que se escondía bajo una forma hermosamente
lujuriosa. Interpreto mi silencio y mi
postura como una invitación a la lucha, después de todo era lo que haría,
luchar para poder escapar de allí. Un fuerte golpe me trajo de nuevo a la
realidad.
—¿¡Eres
estúpido!?—preguntó con un grito mientras su rostro se descomponía, los ojos le
ardían —. Te digo que quiero el Santo Grial y me lo tienes que dar en éste
mismo momento. Supongo que estás acostumbrado a acatar órdenes como buen siervo
de tu Dios que eres. No te haces muchas preguntas, no decides, solo recibes
órdenes y ejecutas… ¡Estúpido ángel! Pues bien, te doy una orden ¡Dame el Santo
Grial! — ordeno con voz de trueno apuntándome con su espada que relució. Y como
si de un volcán se tratara de mi interior iniciaron a brotar las palabras.
—¡No
pienso darte nada, no recibo órdenes de seres tan asquerosos como tú! ¡Si
quieres, puedes intentar tomarlo por ti misma! —respondo y mi voz resuena en la
asquerosa calle estrecha. Los perros aúllan enloquecidos. Algunos se agolpan al
final de ella y ladran contra nosotros como enloquecidos.
—Juro
que si no haces lo que te estoy ordenando, te mataré muy lentamente, hasta que
tú mismo me ruegues que termine con tu sufrimiento, para volver llorando a los
pies de tu Creador… —amenaza ella. Su voz tiene un tono burlón y su sonrisa es
tan cautivadora como terrorífica. Se me ponen los pelos como escarpias.
Sus cabellos rizados ondean al aire
parecen flotar y sus ojos relampaguean encendiéndose con fuerte intensidad y apagándose,
dejándonos en la penumbra. Tomo aire y me persigno. Ella mueve la cabeza de un
lado al otro y aprieta los labios en una sonrisa burlona al verme. Levanta una
mano y estirándola hacia mí con la palma hacia arriba abre y cierra sus dedos
como formando ondas, llamándome.
Me lanzo
hacia ella a la carga cuando estaba por impactar contra su cuerpo con la
velocidad del rayo se apartó y sentí un golpe seco en mi vientre, ella me dio
una patada muy fuerte y caí al suelo. Las piedras que tapizaban la calle, se
clavaron en mi espalda como espinas. La mujer era mucho más fuerte de lo que
aparentaba, tenía razón era poderosa.
—¡Eres muy fuerte demonio! —le digo, maltrecho desde el
suelo. Agarrándome el estómago.
—Desde luego, las apariencias engañan ¿Creías que podías
acabar conmigo rápidamente y seguir tu camino como una rata? —responde ella
altanera, consciente que me está ganando.
Blandió
la afilada espada que había extraído al momento de nuestro encuentro, de la vaina
colgada en su cintura. La alzó por los aires sin mayor esfuerzo y con las dos
manos, para luego dejarla caer con todo su peso en dirección de mi cabeza.
En un movimiento veloz, rodando por el suelo, esquivé el
golpe mortal. La espada impactó contra las piedras y saltaron chispas.
Me puse
de pie, empuñé mi espada, el brillo de la hoja cegó a mi adversaria. Aproveché
para atacar, pero ella era más rápida, atajó mi estocada.
Nuestras espadas chocaron violentamente provocando
chispas y un fuerte rumor metálico.
Sentí
repetidamente el frío del acero atravesar mi cuerpo, hundiéndose en mi carne.
Acostumbrado a la lucha, no di peso a mis heridas, a pesar que dolían y
escocían mucho más que cualquier otra que hubiese sufrido mi cuerpo a lo largo
de todos estos años.
Hacían mal hasta
el hueso, sentía que con cada una perdía fuerzas, volviéndome débil y vulnerable,
todo a mi alrededor giraba. Seguramente la espada estaba impregnada de algún
veneno… pensé pero ya era tarde para hacer nada. Tenía que escapar lo más
rápidamente posible de allí.
Lilith se
movía ágilmente dando pequeños saltos y moviéndose rítmicamente esquivando mis
asaltos. Sus cabellos rubios ondeaban acompañando sus movimientos y sus alas
oscuras estaban suspendidas en el aire con gracia.
Me
sentía muy cansado, llevaba muchos días sin comer, tenía los músculos
tumefactos, eran meses que pasábamos escondidos día y noche en cualquier
agujero, no estaba en mi mejor forma para afrontar una lucha de esas
dimensiones con un Nefilim tan poderoso como ella.
—Tengo
que reconocer que ha sido duro encontrarte, pero al fin estamos aquí y no
pienso dejarte escapar. No te resistas… —reconoció ella con una amplia sonrisa
en sus turgentes labios, que dejaban al descubierto una larga fila de dientes
puntiagudos—. Piensa que podrías evitar la muerte de muchos «inocentes» como
los llamáis vosotros, entregándome el Santo Grial. Si lo haces te juro que tu Maestre vivirá ¡Es una promesa! —su tono era burlón.
—¡No es
cierto! ¡Esto no terminará jamás! Y tú lo sabes —respondo poniendo la mano en
el lado derecho de mi vientre que me duele a rabiar.
—Lucifer
comanda la mano de todos aquellos encargados de «impartir justicia» en estos
momentos. Sabes que los estúpidos de los hombres se dejan convencer con
cualquier cosa, así que él es el único que puede decidir quién vive y quién
muere ¡Dame el Santo Grial! y te prometo que te mataré velozmente. ¿Acaso crees
que es justo que estemos condenados a vagar en la tierra por los siglos de los
siglos? ¿Es que tal vez tú y yo no estamos hechos de la misma materia? ¿Qué te
hace diferente a nosotros? Mejor.—pregunta.
—¡No
pienso dártelo! Y somos muy diferentes porque hemos sido creados con una finalidad
en concreto servir debajo de las
órdenes de Dios, no a la par ni más arriba, y cuanto menos traicionar, cosa que Lucifer se
olvidó.
En un
descuido por parte de ella, le asesté en el vientre un golpe con mi espada, cayó
al suelo hecha un ovillo, chillando.
Un hilo de sangre corrió bajo su cuerpo que yacía
maltrecho. No la maté, la dejé fuera de
combate el necesario para poder escapar… a día de hoy me pregunto si hice bien
en perdonarle la vida. Si hubiese acabado aquel día con Lilith tal vez hoy las
cosas no estarían como están. Pero si no era ella, alguien más habría ocupado
su lugar de cazador, porque el mal no tiene límites y al fin y al cabo algunas
cosas suceden porque están destinadas a suceder.
La lucha había terminado y si algo puedo asegurar es que
no olvidé jamás a esa mujer algo en mi interior me decía que en el futuro tarde
o temprano nos volveríamos a encontrar…
Corrí
atravesando la ciudad, que iniciaba a despertarse, me envolví bien en mi capa y
continué sin detenerme ni mirar atrás. Era solo cuestión de tiempo que los
demás Caídos comenzaran a buscarme. Seguramente estaban tras mis rastros y no
tardarían en dar conmigo.
El encuentro con Lilith, me había
hecho retrasar en mis planes y no era seguro dejar la ciudad bajo las luces del
día, pero tampoco podía permanecer en ella mezclándome entre la gente. La furia
de Lilith la volvería más astuta y terminaría por atraparme.
De
pronto una idea, esperaría hasta que cayera la noche escondido en algún lugar y
aprovecharía la oscuridad para escapar del infierno y la trampa mortal en la
que se había convertido la ciudad. Inicié a correr por callejones estrechos esquivando
los grupos de soldados que se movían por las calles principales.
Llegué
al río, el Sena fluía tranquilo e impasible. Bajé a su lecho y allí me escondí
entre la vegetación primero, luego en un hueco debajo de un puente que lo
atravesaba.
Pasé todo
el día en aquel agujero esperando, escondiéndome, orando. El pensamiento de que
un hombre inocente iba a morir para salvar al mundo de las tinieblas, Dios
tenía un lugar para él a su lado.
Descubrí
una herida en mi estómago, allí donde Lilith había hundido con fuerza su
espada, la lavé con el agua del río y la cubrí con una venda, hecha con un
girón de mi camisa. Me dolía mucho, pero no le di mayor importancia, se curaría
sola, los ángeles nos auto-curamos, poseemos ése poder. Aunque sentí que
aquella herida era diferente, estaba seguro que la hoja de la espada estaba
envenenada, con el correr de las horas inicié a sudar y las alucinaciones
tomaron por asalto mi mente.
Al ocaso
la Isla de los Judíos, que se encuentra en el Sena, delante a la Catedral de Notre Dam, inició a iluminarse, la
muchedumbre parisina se volcó gritando en las calles cercanas.
De
pronto se hizo el silencio, dentro de un carro tirado por caballos, venía
transportado Jacques de Molay, la multitud dejó paso al cortejo. Yo asistía a
la escena desde mi escondite, con la mente nublada y abotargada.
La gente
enloqueció e iniciaron a lanzar blasfemias contra ése pobre hombre. Oré con las
pocas fuerzas que me quedaban, rogando a Dios por la salvación de su alma,
injustamente juzgada. Él era solo un chivo expiatorio.
Miré entre mis vestidos, rebuscando
con mis manos, encontré cercano a mi pecho, al seguro, el Santo Grial lo apreté
con fuerza y en mi estado de semi conciencia lo extraje y lo miré fijamente. Estaba
dispuesto a hacer lo imposible para impedir que las fuerzas del mal se hicieran
con él. « Yo te protegeré» le hablé como si de un ser humano se tratara. Todo
me giraba.
El
cortejo se dirigió a paso lento a la Isla atravesando el puente, bajo el cual que
me encontraba. A su paso la oscuridad descendía sobre la ciudad que quedaba
atrás… testigo mudo de tanta atrocidad.
Las
campanas de la Catedral iniciaron a sonar con fuerza y estruendo. Las oía tañer
dentro de mi cerebro.
Pasados unos minutos, vi a un grupo de guardias que ataban
en torno a una gran viga al Gran Maestre, sin que éste pusiera resistencia
alguna y encendían una hoguera a sus pies, sin ninguna piedad, mientras la
muchedumbre enloquecía disfrutando de tan horrendo espectáculo.
Me
encontraba tan cerca que podía oír todo y percibir el olor del humo. Los gritos
de la gente, las conversaciones.
Jacques de Molay habló antes de morir, lanzando una
maldición sobre todos los que lo condenaron injustamente.
Mi
corazón se estrujó fuerte en el pecho, el mal había triunfado. Las lenguas de
fuego envolvieron al desgraciado y se elevaron al cielo, consumiendo su cuerpo,
devorándolo lentamente. El aire viciado con el humo de la carne quemada y la
leña ardiente lo invadió todo.
Había
llegado el momento de abandonar la ciudad, tenía que encontrar un lugar seguro,
debía marcharme, grupos de guardias se alternaban haciendo rondas por las
calles estrechas de París, tarde o temprano acabarían encontrándome si me
quedaba.
Salí de
mi escondite cubriéndome con la capa y el rostro con la capucha, ocultando mis
vestimentas descoloridas, rotas y sucias pero que todavía dejaban entrever que
un día había sido un Templario.
Escapé de aquel infierno,
escabulléndome, evitando las rondas de guardias. Salí de la ciudad, muchos de
mis compañeros fueron asesinados cruelmente en nombre del mismo Dios al cual
servíamos, a manos de hombres malvados guiados mediante tretas bien ideadas por
los Nefilims que se aprovecharon de sus poderes para manipular sus mentes.
Muchos
otros ángeles murieron en aquel tiempo a lo largo y a lo ancho de Europa. No
había manera de escapar a la matanza, pero yo no podía permitir que me
encontraran, tenía que mantener a salvo el Santo Grial.
Caminé
entre las callejuelas, evitando las más traficadas, la noche estaba en todo su
esplendor, nubarrones espesos cubrían el firmamento, haciendo la noche aún más
negra y misteriosa.
Cuando alcancé los muros de la ciudad, no tenía aliento,
me dolían las piernas y tenía la boca seca. Apretaba con tanta fuerza la espada
entre mis manos contra mi pecho que me ardían las palmas.
Abandoné
el camino principal y me dirigí hacia las montañas atravesando los campos, era
más seguro, ya que había patrullas por todas las carreteras, buscando Caballeros
Templarios que habían escapado a su trágica suerte, una vez que los encontraran
pondrían fin a sus vidas. Las órdenes eran acabar con ellos.
Caminé
un par de horas hasta que llegué a un lugar tranquilo en el bosque, había una
pequeña gruta, entré y me tendí sobre la roca fría.
Sentí un fuerte dolor y una punzada en el estómago, allí
donde tenía la herida que no se había curado. Como me temía me estaba envenenando
y seguramente no me quedaba mucho tiempo.
No podía encender el fuego, por temor
a llamar la atención de algún transeúnte, así que me acurruqué tendido en el
suelo frío, intentando recuperar algo de fuerzas para continuar mi camino.
Cuando
me desperté, era nuevamente de día. Sentía mucho frío, había iniciado a llover,
el invierno me envolvía y reinaba opulento en las montañas.
Me miré el estómago, mis ropas estaban bañadas en sangre,
las abrí con cuidado la herida se había infectado, la espada de aquel monstruo
de Lilith me estaba matando lentamente.
La herida era profunda y había perdido mucha sangre,
tenía toda la ropa mojada por la humedad de la noche y mi sangre.
Decidí que era mejor continuar mi camino, había pensado
esconderme en los Pirineos: entre Francia y España, allí existe un Monasterio
seguro, alejado de todos y de todo.
No tenía mucho
tiempo, sentía que con el pasar de las horas me debilitaba más y más, tenía que
utilizar mis poderes para viajar, cosa que aún me habría debilitado más, pero
de no hacerlo habría muerto allí mismo, entre las montañas nevadas, sin poder
cumplir con el trabajo que me había sido encomendado, dejando a su merced el
Santo Grial.
Desplegué
las alas que en mi espalda se abrieron camino rasgando mis vestimentas y me
elevé hacia el cielo.
La mañana era fría y gris, la lluvia caía lentamente
sobre mi cara, respiré hondo, el olor a musgo del bosque, hojas podridas y de
naturaleza salvaje invadió mis pulmones, confiriéndome vida. Volé sin detenerme,
aprovechando el viento de las alturas.
Después
de un tiempo considerable, las nubes se abrieron y puede ver el panorama, lo
primero que divisé fue el Monasterio, que se materializaba como un espejismo
entre las montañas y a sus pies se extendía el pequeño pueblo.
El paisaje era glaciar, todo cubierto
por una alfombra blanca. Inicié el descenso que no fue para nada tranquilo como
me lo esperaba, las fuertes ráfagas de viento me hicieron perder el control, me
dejé caer en la colina cercana al Monasterio.
La nieve caía lentamente cerniéndose.
Los copos volaban cayendo y posándose delicadamente sobre el paisaje. Me hundí
en la mullida nieve, cayendo de rodillas, estrellándome.
El viento sonaba una triste canción, entre las copas de
los árboles llenando el silencio de la mañana invernal.
Casi al límite de mis fuerzas me levanté del mullido
colchón que había formado la nieve… con mi último aliento llegué arrastrándome
hasta la puerta del Monasterio que se alzaba delante de mí como un gigante y
llamé, golpeando la enorme anilla de hierro contra la madera, que retumbó con
sonido metálico.
El
Monasterio asemejaba a una gran fortaleza blanca, de un blanco inmaculado, tan
grande e imponente que infundía respeto.
Encallado sobre la cima de la gran montaña, parecía nacer
de la misma roca, que luchaba por escapar de sus cimientos subiendo por sus
paredes como lenguas, abrazándolo, enroscándose a ellas, convirtiéndose en uno,
rocas, paredes, techos... eran un solo cuerpo.
El techo
rojo ladrillo, coronaba tan magnífica obra, otorgándole un aire real y austero.
En la
distancia, a los pies de él, el manto de nieve nívea cubría el pequeño pueblo
que aún se acunaba en el sueño de una madrugada de crudo invierno. De las
chimeneas de los hogares se elevaban hilos de humo blanco y el olor a leña
quemada, perfumaba el aire.
Después
de llamar repetidamente a la gran puerta, caí exhausto sumergiéndome en un
torbellino oscuro y frío, donde todo a mi alrededor daba vueltas…
Mi cuerpo yacía inerte sobre la fría roca que se
enterraba en mi martirizada carne, pero ya no hacía caso al dolor. Solo podía
mover mis párpados, ya que mi lengua y mi boca estaban paralizadas…
Después
de unos minutos, la puerta lentamente se abrió con un fastidioso chirrido, unos
segundos después asomó el rostro de una mujer joven que entre incredulidad y
sorpresa miró hacia donde me encontraba, sus ojos se llenaron de compasión y
preocupación, el gesto de su rostro se tensó.
Vestía ropa oscura y llevaba la cabeza cubierta con una
cofia. Era una mujer joven y muy bonita. Sin titubear se lanzó sobre mí, un
perfume dulzón de jazmín invadió mis pulmones.
Acercó su oído a mi pecho, su aliento tibio acarició mi
mejilla helada. Intenté hablar o tan sólo moverme pero todos mis esfuerzos
fueron inútiles.
—¡Dios
mío! ¡Hermanas! ¡Vengan aquí, por favor! —gritó desesperada arrodillada a mi
lado.
Como
nadie respondía a su llamado, se levantó dejándome tendido en el suelo frío y
metiendo la cabeza por la puerta volvió a gritar, ésta vez con más fuerza.
Me encontraba paralizado, mis
miembros no respondían a las órdenes que le enviaba mi cerebro, sentía todo lo
que sucedía a mi alrededor pero mis labios no se movían. La prisión de huesos y
carne en la que se ha convertido mi cuerpo humano, me estaba jugando una mala
pasada.
A mis oídos llegaron las voces distantes, de mujeres que
hablaban con un tono de voz entre confundidas y atemorizadas. Un gran revuelo se
generó en el interior y oí los pasos acercarse.
—¡Por
favor! Hay un hombre tendido en el suelo aquí fuera. Está herido y no se mueve,
pero si no lo ayudamos seguramente morirá ¡Vengan conmigo, por favor!
Apareció
un grupo de mujeres, algunas jóvenes y otras más ancianas. Una, la más vieja
del grupo habló, mientras me miraba sin ninguna expresión.
—No
podemos dejar entrar hombres aquí, hermana.
Era una mujer gorda y muy vieja, su rostro estaba surcado
por las arrugas y su voz ronca, vestía un hábito negro y una cofia blanca.
—Pero
Madre Superiora, está herido y si no lo ayudamos ¡Morirá! —replicó la joven que
me encontró, pude sentir en el tono de su voz, la valentía y el arrojo.
—¡No, no
podemos dejarlo entrar! —repitió con frialdad la vieja.
Todas
las demás miraban a mi defensora con los ojos abiertos como platos, pero
ninguna pronunciaba palabra alguna.
—¡Es un
pobre hombre que necesita ayuda y nosotros estamos aquí para ayudar a las
criaturas del Señor! ¿O no? —la muchacha volvió a hablar en tono decidido y
desafiante.
La joven
monja, se arrodilló delante de la Madre Superiora y apelando al poder de Dios,
suplicó, pero ésta no se inmutó.
Después de ver la reacción de la mujer, la muchacha se
giró hacia mí y me miró detenidamente, mi capa se había abierto con el viento y
dejaba entrever el símbolo de los Templarios, la cruz roja raída y manchada con
mi sangre.
—¡¡Es un
Caballero Templario!! —exclamó con luz en sus ojos, cambiando su expresión,
mirando al cielo, cómo dando las gracias.
—¿Qué? ¿Y
qué hace por estos lugares? ―preguntó visiblemente sorprendida y nerviosa, la
vieja. El descubrimiento de la muchacha la había despertado del letargo.
—Si no
lo salvamos, no lo sabremos jamás y después de todo como dije antes es una
criatura de Dios y como tal tenemos que ayudarlo, es nuestro deber.
—¡Llevémoslo
dentro! ¡Ahora mismo! —gritó la Madre Superiora, mientras las demás monjas
armaban un enorme revuelo.
La
hermana que me encontró corrió con otras muchachas jóvenes y me cargaron hasta
una celda, donde me tumbaron en un catre.
—¡Necesita
ayuda! Está herido y ruego a Dios que lo mantenga con vida… —dijo con una voz
muy dulce la chica mientras acomodaba mi cabeza en una mullida almohada.
Yo iniciaba a
temblar como una hoja mecida por el viento un día de tormenta, el veneno me
estaba matando y el frío no me ayudaba, además había gastado mis últimas
fuerzas para llegar hasta el Monasterio.
Rogué a Dios que
me diera el tiempo necesario para contarle a la monja de mi secreto y que ella
estuviera dispuesta a ayudarme a conservarlo, parecía una muchacha muy
determinada, sería perfecta para convertirse en la Guardiana del Santo Grial.
—Tenemos
que quitarle la ropa mojada y sucia y curar sus heridas —habló otra muchacha
regordeta, que tenía las mejillas rechonchas y rosadas, interrumpiendo mis
pensamientos.
Cuando
las muchachas intentaron quitarme la ropa yo me aferré con fuerza al saco que
llevaba atado en torno a mi pecho.
—Vamos tenemos que quitarle la ropa mojada, no se
resista, no le haremos daño, aquí sus pertenecías están al seguro —explicó la
muchacha que me había encontrado en la puerta.
Dejé de luchar inútilmente, y solté la bolsa, clavando
mis ojos en los suyos… pude ver que eran de color avellana, llenos de
compasión. Me sonrió y con cuidado depositó su mano en la mía.
—Ve… ne… no —balbuceé. Con las últimas fuerzas que me quedaban
pude emitir la palabra, mientras de mi boca iniciaba a salir un hilo de saliva
espumosa.
—¡Dios mío! No sólo está mal herido, sino que también lo
han envenenado. Debemos actuar rápido— exclamó dirigiéndose a la otra muchacha,
que salió disparada como alma que se la lleva el diablo.
—Tranquilo, no se va a morir… Dios no lo permitirá —dijo
en mi oído.
Mis fuerzas me abandonaron y caí en un profundo sueño del
cual me desperté una semana más tarde.
—Hola… —una voz dulce me hablaba.
Aún me sentía cansado y confundido. Los párpados me
pesaban pero inicié a despertarme lentamente, me llevé una mano a la herida y
en su lugar no había más que una venda…
Miré sorprendido a la muchacha desgarbada que me observaba
con una sonrisa en los labios desde los pies de la cama, sentada en un
banquillo desvencijado.
La luz tenue del sol que se colaba por una pequeña
ventana, la iluminaba de una manera especial, di un salto en la cama cuando
descubrí que el Santo Grial no estaba conmigo.
—¿Dónde está lo que llevaba conmigo? —pregunté
aterrorizado.
Mirando a mi alrededor, pude ver la celda donde me
encontraba. Era muy pequeña, tenía las paredes de piedra, y en su interior no
se encontraba más que la cama en la que yo estaba, una mesilla desvencijada
donde reposaba un crucifijo de madera y la pequeña ventana, por la que entraban
aire y luz.
La muchacha sonrió, dejó el libro que tenía en sus manos
en la mesilla, se acercó a los pies de mi cama y habló.
—Tranquilo. Te encuentras a salvo en el Monasterio de
Irsea, aquí estás al seguro…
Llegaste hace más de una semana atrás a nuestra puerta,
muy mal herido y envenenado, pero el peligro gracias a nuestro Señor, ha pasado
y ahora estás mejor.
Era una muchacha muy joven y bella. Tenía la piel pálida
y las mejillas rosadas, sus ojos eran color almendra y despedían un brillo
especial, enmarcados con largas pestañas oscuras y el timbre de su voz era tan
dulce como la miel…
Gracias a su determinación y arrojo, estaba vivo. No podía
imaginar que hubiera pasado una semana de mi llegada, pero sí recordaba todo lo
que había sucedido el día de mi arribo.
—Gracias —dije mientras me cubría con las mantas, el
torso desnudo —¿Dónde están mis cosas?
—Allí, dentro de ésa caja…— señaló con el dedo índice un
cajón de madera que se encontraba a los pies de la cama contra la pared, el
cual no había visto yo antes.
Suspiré
aliviado y di gracias a Dios en mi fuero más íntimo.
—Gracias
por haberme salvado la vida. Me llamo Uriel —hablé más compuesto.
La
muchacha parecía ser una persona muy buena. Me sentí tranquilo. Dios había
escuchado mis humildes plegarias y me encontraba con vida, eso quería decir que
estaba de acuerdo con que le contara mi secreto a la joven y compartiera el
peso de mi deber con ella.
—Es
nuestro deber, acudir a los enfermos. Yo soy Marina —tendió su mano hacia mí y
yo la sujeté con fuerza, su piel era suave al tacto y tibia tal y cual me la
había imaginado.
Pasaron
una fracción de segundos y la quitó, sus mejillas se encendieron volviéndose
color carmín, bajó la mirada y se alejó volviendo a su lugar a los pies de la
cama.
En el Monasterio pasé mucho tiempo, al seguro entre sus
muros… Compartí mi secreto con la Congregación y ellas fueron felices de
ayudarme a custodiarlo.
Ideamos un plan que durante muchos años funcionó, en un
principio mantuvimos la reliquia en el Monasterio, escondido y al seguro entre
sus paredes. ¿Qué mejor lugar que a la vista de todos? En la pequeña iglesia,
en el altar grande.
Con Marina
llegamos a un acuerdo, ella me ayudaría a mantener a salvo el Santo Grial pero no
deseaba ser su custodia porque consideraba que como ser humano no era digna de
tal tarea y que tarde o temprano podía sucumbir a la tentación del mal.
Era tan humilde y generosa, de espíritu limpio y su alma
pura, una criatura digna de la creación de mi Dios. Por personas como ella
valía la pena luchar…
Los años para ella pasaron, devastando y consumiendo su
cuerpo menudo, y yo continuaba como el día en el que la conocí, joven, mi cuerpo
no advertía las señales del tiempo. Muchas de las hermanas murieron… la
comunidad poco a poco fue diezmándose.
Marina inició a temer por mi aspecto, inició a sospechar
y para que no se le alejara de mí ni me temiera, decidí confesarle que era un
ángel enviado a la Tierra para dirigir a los ejércitos de ángeles de luz, y que
por ello debía abandonarla con tan pesada carga, para ir donde otros me
necesitaban.
Ella me aseguró que conocía un buen lugar en medio de los
montes, entre las altas cimas de las montañas para ocultar tan pesada carga,
donde estaría al seguro de cualquier peligro terreno…
Después de esconderlo me dijo que escribiría un libro en
el cual narraría ésta historia, la importancia del Santo Grial, y el lugar
donde lo habría escondido. Quedándose sólo con el libro, iniciaría el legado de
«los Guardianes del Libro», que custodia el secreto del paradero del Santo
Grial.
Pensé
que era una buena idea, después de todo, la vida de los humanos es efímera. No
les daría tiempo a los guardianes a descubrir su destino a menos que el libro
un día estuviera en peligro.
El secreto del buen funcionamiento de dicha idea era que
las personas, «Los Guardianes» serían elegidos para tan importante misión, antes
de nacer.
De tal
manera que se conservaría en secreto su identidad, manteniendo al seguro a los
elegidos durante toda su vida y en caso de ser necesaria su intervención porque
el libro corría peligro, sería desvelada su identidad a ellos mismos para que
puedan actuar en consecuencia. No pudiendo renunciar a tal honor salvo causa de
muerte.
El o la
Guardiana tendrían el deber de mantener el libro a salvo y con él el secreto
del paradero del Santo Grial (la reliquia más ambicionada) y si el humano
elegido muere o sucumbe a la perversión sería mi deber terminar con la amenaza
acabando con su vida, para que el o la próxima predestinada ocupara su lugar y
si se daba el caso que quien cayera en las garras del mal era un Ángel, la
misma guardiana tendrá en sus manos y en su sangre el poder de liberar del «envoltorio»
humano y corrupto la esencia del ser angelical para que vuelva a su estado
inmaterial puro.
De tal
manera para mantener el secreto del contenido del libro a salvo Marina dispuso
que éste solo podría ser abierto cuando se produjera «La Luna de sangre» que
conjugada con la sangre del guardián abrirían el sello del libro,
proporcionándole a éste el poder de descifrar lo que en él está escrito, siendo
imposible, de otra manera. Convirtiendo al guardián en una especie de llave.
Dicho
fenómeno astronómico, «La luna de sangre» sólo se produce una vez cada cien
años… razón por la cual por centurias completas el libro estaría a salvo.
Dios estuvo de
acuerdo… y se encargó de nombrar a los guardianes siguientes. Muchos de los
humanos que fueron elegidos no lo supieron nunca…porque no hubo necesidad de
que su verdadera identidad les fuera revelada.
Así es como tiene inicio el legado de «los Guardianes del
Libro»…
Espero que les haya picado la curiosidad y que la lean...
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