Buenos días queridos seguidores!!
Hoy quiero compartir un pequeño fragmento de mi última novela "La Guardiana II: Redención"
Emily es la Guardiana de un libro muy especial, en la primera parte de la bilogía vemos que esconde el paradero del Santo Grial.
En esta segunda parte Emily deberá evitar que caiga en manos equivocadas. Lucien es un Caído ¿y Uriel?
El bien y el mal se enfrentarán y el campo de batalla será el corazón de Emily.
Lilith un demonio poderoso no le pondrá las cosas fáciles convirtiéndose en una pieza importante del rompecabezas.
Paris y sus catacumbas serán el escenario de una lucha encarnizada, ángeles y demonios conviven en una tregua que si se rompe terminará con el equilibrio aparente.
Ángeles de las grandes esferas celestiales se mezclaran en la trama de la historia.
¿Esta vez qué le deparará el destino a la Guardiana?
El único camino a la redención es el sacrificio… ¿deberá Emily sacrificarse?
En esta segunda parte Emily deberá evitar que caiga en manos equivocadas. Lucien es un Caído ¿y Uriel?
El bien y el mal se enfrentarán y el campo de batalla será el corazón de Emily.
Lilith un demonio poderoso no le pondrá las cosas fáciles convirtiéndose en una pieza importante del rompecabezas.
Paris y sus catacumbas serán el escenario de una lucha encarnizada, ángeles y demonios conviven en una tregua que si se rompe terminará con el equilibrio aparente.
Ángeles de las grandes esferas celestiales se mezclaran en la trama de la historia.
¿Esta vez qué le deparará el destino a la Guardiana?
El único camino a la redención es el sacrificio… ¿deberá Emily sacrificarse?
La segunda parte de La Guardiana comienza así, fragmento que también podéis encontrar en amazon por solo 2,99 formato kindle y también está en papel.
«Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres
y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un
platillo que retiñe.
Aunque tuviera el don de la profecía y conociera
todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz
de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.»
Carta de San Pablo a los Corintios 13
Capítulo
I
Hace más de una semana
que no veo a Lucien. No sé nada de él y la herida en mi corazón continúa a
escocer como el primer día, me duele el pecho, los huesos y el alma. Es un
dolor insoportable, al límite que puedo soportar el dolor físico pero no el
emocional.
Tampoco he tenido noticias de nada que tenga que ver
con el libro y toda esa pesadilla, parece que me hubiera despertado después de
un largo sueño y todo es normal, de una normalidad aterradora.
He vuelto a trabajar, pero me paso evitando a
Graciela y Giovanni. No quiero que me pregunten nada de nada.
Graciela ha intentado un par de veces indagar sobre
Lucien, sigue temiendo que él tenga que ver con los demonios que quieren el
libro y no está muy lejos de la realidad, es lo que más me entristece.
He esquivado todo intento por parte de ella de
hablar del libro, tampoco tengo fuerzas para enfrentarme a esa realidad. Me
deslizo por entre medio de las estanterías como un fantasma, en silencio,
quiero pasar desapercibida…
Pero dentro de mí la curiosidad se hace presente y
crece en desmesura, me dirijo a una de las estanterías donde se encuentra un
diccionario antiguo, lo extraigo e inicio a hurtadillas a buscar entre sus
páginas, como si estuviera haciendo algo malo, siento mi respiración
entrecortada. Estoy agitada al borde del colapso.
Las manos me tiemblan, cuando encuentro la página
inicio a pasar el dedo sobre el papel rugoso, amarillento y oloroso hasta que
choca contra la palabra que estoy buscando, dudo si leer lo que sigue, pero al
borde de mis fuerzas, tomo coraje y leo:
Nefilim:
del hebreo «caer» o «caído» de allí denominación que corresponde a los ángeles
caídos.
No me aclara mucho las ideas… pero cuando la he
sentido de la boca de Lucien me ha quedado grabada, «soy un Nefilim»… «Un ángel
caído»…
¡Mierda! Cómo olvidar la rabia que me dio enterarme
de su naturaleza en la manera en la que lo hice…
No le temo, al menos no tengo el temor de que me
pueda hacer daño, porque si hubiera querido matarme le habían sobrado
oportunidades…
Acaricio el colgante que me ha dado… después de todo
no puedo olvidar que siento algo por él, que me hace temblar las piernas y me
llena de mariposas el estómago. Creo que no me importa verdaderamente su
naturaleza, estoy molesta porque me lo ha escondido… me ha mentido y eso sí me
hace hervir de furia.
Los días son fríos y oscuros, melancólicos, no me
ayudan. La última vez que he visto brillar el sol, ha sido a su lado… al lado
de Lucien, aquella tarde en la pérgola… suspiro y los ojos se me llenan de
lágrimas, no puedo evitarlo, el desasosiego me invade.
Me sumerjo en mi trabajo para mitigar mi tristeza
pero todos mis intentos son en vano. Siempre metido en mi cabeza, dando
vueltas. Desde que me levanto hasta que me acuesto, parece un veneno que se ha
introducido en mi sangre y corre por todo mi cuerpo infectando cada célula y no
lo puedo eliminar, bueno tampoco lo quiero eliminar.
Hago un esfuerzo titánico para levantarme todos los
días y enfrentar el día que tengo por delante, de la chica risueña y
despreocupada que yo era en un tiempo no queda absolutamente nada… Esa Emily ya
no existe.
La mañana de hoy está siendo bastante tranquila,
como siempre sin sobresaltos, sin prisas. Pero de pronto la monotonía de la biblioteca
improvisadamente se ve interrumpida por el ruido de fuertes pasos cuyo eco
resuena fuertemente en toda la estancia.
Me acerco al pasillo y miro en dirección de la
recepción, atraída por el ruido que rompe con la tranquilidad perenne de la
biblioteca. Es de la entrada de donde proviene el rumor.
Un hombre de cuarenta años más o menos se acerca a
paso decidido. Moreno, de lineamientos latinos, cabellos oscuros, cejas espesas
y barba poco cuidada.
Tiene el cuello enorme de ancho, es de estatura
media, pero corpulento, su espalda es ancha. Sus ojos son oscuros y misteriosos.
Un escalofrío me recorre la espalda y me quedo
petrificada, de pronto me descubro escondiéndome detrás de la esquina de la
pared, conteniendo la respiración, pegada como una rana, apoyando la mejilla en
frío y espeso muro de cemento y ladrillo.
Saco por segunda vez la cabeza para observar al
extraño, con sumo cuidado esperando no ser descubierta. Lleva tejanos, botas y
una chaqueta de piel negra, que le llega a los tobillos.
Camina en dirección de la recepción, tiene un
cigarrillo encendido entre los labios, antes de hablar expulsa una bocanada de
humo que envuelve a Graciela que allí se encuentra en el escritorio.
Levanta la mirada y arruga el entrecejo poniendo
cara de asco.
—Le «exijo» que apague ese cigarrillo — gruñe con
voz chillona —. Aquí no está permitido fumar, no sea mal educado y bruto —se
queja Graciela moviendo las manos delante de su cara para alejar el humo.
—Está bien —responde el misterioso visitante, con
voz ronca y apaga el cigarrillo aplastándolo entre sus dedos, sin siquiera
parpadear.
Miro la escena perpleja, pero sobre todo atemorizada
por el sujeto. Tomo aire y rebusco en mi interior el coraje que en alguna parte
guardo o al menos creo tener guardado. Me enderezo mi espalda echando hacia
atrás los hombros, tomo aire, levanto la cabeza y camino hacia ellos. Si es
alguien que tiene que ver con el libro, no puedo dejar a Graciela enfrentarlo,
es peligroso, no quiero que le hagan daño.
—¿Qué desea? —pregunto mientras me acerco al
encuentro del extraño. Mientras me acerco en mi interior crece el temor de que
se trate de un Caído, por su aspecto podría serlo perfectamente.
—Me llamo Athan y he venido porque me ha llamado
Giovanni —me responde el individuo clavándome sus profundos ojos oscuros, casi
fulminándome con ellos. Su voz es rauca.
Nos miramos sorprendidas y extrañadas Graciela y yo,
después de unos segundos ella reacciona dando un respingo.
—Espere aquí. No se mueva, se lo llamo en seguida
—dice mientras sale disparada como un rayo por el pasillo en dirección de la sala
donde se encuentra Giovanni.
Seguramente antes de dejarlo venir a encontrar a su
amigo le echa un sermón. Me quedo de piedra mirando al visitante, él se da
cuenta que lo observo, estudiándolo y me mira de la misma manera. Es un momento
incómodo, el silencio es incómodo, pero él parece estar en su salsa.
Escucho los pasos de Graciela y Giovanni que se
acercan por el pasillo a mis espaldas y me río. Graciela tiene las mejillas
encendidas de la rabia.
—¿Athan? —pregunta sorprendido Giovanni parándose en
seco.
—¡Giovanni! —responde el desconocido.
El muchacho reanuda la marcha y se acerca a un ritmo
veloz y determinado, abre los brazos y se abrazan fraternalmente. El visitante
da unas palmadas en la espalda de Giovanni que resuenan como si estuvieran
sacudiendo una alfombra.
—¡Has llegado antes de lo que me esperaba! —exclama
Giovanni que luce tan esmirriado al lado de aquel hombretón.
—Nos presentas a tu amigo —dice Graciela. El tono de
su voz es duro y más que una invitación es una orden.
—Graciela, Emily este es Athan. El sacerdote con
quien he trabajado. Un famoso exorcista. —dice señalando al desconocido.
Un escalofrío corre a lo largo de mi espalda
—Disculpe pero no me imagino qué puede hacer un exorcista
en Irsea…— acota incrédula Graciela.
—Mi amigo Giovanni me ha contado todos los sucesos
extraños acaecidos en este tiempo: las muertes por auto combustión y los
accidentes como los del pobre desgraciado del vidente y me ha generado mucha
curiosidad. Además de exorcista soy cazador de demonios.
¿Por qué está aquí? ¿Puede hacer daño a Lucien?...
¿y a mí eso que me importa? Mucho me importa mucho, puede que esté en peligro.
Un debate se inicia en mi interior. Sacudo la cabeza para disipar mis
pensamientos.
—Sí, él es experto en todo ese tema y me ha parecido
oportuno llamarlo para que estudie todo lo que está sucediendo en Irsea.
Lo he conocido cuando estudiaba en el seminario,
Athan es un sacerdote cazador de demonios. Yo he estado a su lado muchas veces
ayudándolo en exorcismos. Es muy bueno en lo que hace.
Graciela se pone pálida como un papel y me dedica
una mirada cómplice, teñida de desesperación ella sabe que el recién llegado
puede causar problemas y eso que no tiene ni idea que Lucien es un Caído, que
tiene mucha razón al desconfiar de él. Respiro hondo, no quiero llorar pero un
abismo en mi interior se abre y comienza a engullirme. Me pica el cuero
cabelludo, en un acto reflejo me rasco la nuca desvelando mi estado, al borde
del colapso.
¡Mierda! Gio ¿Qué has hecho, imbécil? —grito en mi
interior.
Las cosas son demasiado difíciles ya como para
agregar un cazador… No sé qué esperar de
éste mundo misterioso y peligroso que se abre ante mis ojos. Lleno de ángeles,
demonios, Nefilims y demás.
Todo es nuevo y no puedo confiar en nadie, para
colmo también ha desaparecido Uriel, el único en quien hoy puedo confiar.
Él me ha salvado, siempre me ha dicho la verdad… y
estoy más que segura que no conocía a Lucien pero sospechaba también de él.
—Es un sacerdote un poco extraño… no he visto a
ninguno que fume ni que lleve esas pintas. Disculpará usted que sea franca —comenta
Graciela, intentando componerse.
Athan ignorando sus comentarios, habla.
—Si las leyendas son ciertas, aquí en Irsea se cela
un gran secreto y es muy posible que los Caídos, demonios condenados a vagar en
la tierra hasta la eternidad, estén detrás de él… el Santo Grial.
—Sí, es lo que se rumorea. Además es un objeto de
mucho poder y si cae en las manos equivocadas puede ser muy peligroso —agrega
Giovanni —Le he comentado del descubrimiento en el Monasterio, lo del extraño
libro. Y de lo que sucedió en la biblioteca la noche que Emily estaba
preparando todo para el acto de donación. Fue entonces cuando se decidió por
fin a venir.
—¡No puede ser que crean en todas esas historias
atrapa bobos! —grita exasperada Graciela.
Me acerco a ella y la miro apretando
mis labios en una línea. Después la tomo por el brazo intentando ofrecerle mi
apoyo y hablo dirigiéndome a los otros dos.
—Lo siento pero para nosotros la
muerte de Martín ha sido un hecho muy duro y no lo podemos superar, era una muy
buena persona.
—Usted puede describir al agresor
—pregunta Athan.
—Todo lo que tenía que decir, se lo
he dicho a la policía, no creo que mi testimonio lo ayude. Si quiere que le
diga la verdad, no vi nada, ni sé nada más de lo que sabe el resto —Respondo
cortante.
—Está bien Emily… tranquila —dice
Giovanni. Nos conoce y sabe que la visita de su amigo no nos ha gustado —Si no
les molesta quisiera mostrar a Athan los libros que están expuestos al público
en la Sala del Monasterio. Les prometo no molestaremos.
Graciela los mira estudiándolos y después
de una fracción de segundos asiente.
El día de trabajo ha terminado y no puedo creer
haber sobrevivido. Suspiro…
Giovanni y Athan se han encerrado en la Sala del
Monasterio, allí han pasado todo la tarde. Me pregunto qué estarán maquinando y
espero que no descubran que yo soy la Guardiana del libro…
Graciela ha quedado muy nerviosa tiene mucho miedo
de lo que puede suceder si un desconocido descubre nuestro secreto. Estamos las
dos del mismo lado.
—Este muchacho ha metido la pata de lo lindo, justo
lo que necesitábamos un fisgón —dice entre dientes, visiblemente molesta.
—Estamos en problemas, pero no podemos echarle la
culpa a Gio, él no sabe nada… es solo curiosidad lo que lo ha llevado a abrir
su gran bocota —intento justificarlo. Aunque yo pienso lo mismo.
—Qué muchacho…—suspira mientras mueve la cabeza de
un lado al otro Graciela y se quita las gafas.
—¿Qué sabes de la investigación de la policía? —pregunto
por lo bajo.
—Gallard ha pedido al jefe que deje todo tal y como
está. Dice que no ha hecho muchas preguntas. Sabes cómo son las cosas cuando de
por medio está la política.
—Menos mal —respondo.
—¿Y tú qué más has averiguado? Has tenido alguna
visión, sueños extraños o contacto con alguien.
—No—respondo meneando la cabeza de un lado al otro.
Bueno nadie más
aparte de Graciela sabe dónde está el libro, todo el mundo piensa que ha sido
robado la noche de la muerte de Martín.
Así ha declarado Lucien, pero nosotros sabemos que
no es así. Ahora Graciela confía en él, no quiero preocuparla contándole lo que
he descubierto… después de todo ni yo entiendo con claridad su actitud…
Tomo mi bolso y salgo de la biblioteca, otro día que
llega a su fin. Son un par de días ya que no nieva, pero hace mucho frío y la
nieve que ha caído días atrás se ha amontonado en las veredas y se ha helado
convirtiéndose en un peligro para los caminantes, que ven convertirse a la
ciudad en una pista de hielo.
Camino a paso ligero hacia el Fénix intentando
no resbalar. Rachel ha insistido en que nos encontremos allí, quiere
convencerme de ir a la fiesta de cumpleaños de Rosa Gallard, pero yo no tengo
ninguna gana. Lo único que me apetece es meterme en cama, con una taza de
chocolate caliente y mi pijama. Además estoy segura que Lucien estará entre los
invitados y no quiero verlo… me he pasado todo este tiempo rogando no verlo y
mis oraciones han funcionado porque no he tenido noticias de él. Temo que si lo
vuelvo a ver, no voy a poder resistir, me voy a echar a sus brazos y… no él
tiene parte de culpa en mi secuestro, estoy segura.
Aprieto las manos con fuerza pensando en su socia,
si me la cruzo le aprieto el pescuezo y…
Mientras camino por las calles vacías, me cierro
bien el abrigo, intentado cubrirme del frío. El bar queda a no más de cinco
minutos.
Tengo que cruzar la calle, ya puedo ver la enseña
luminosa que parpadea, pero cuando estoy a punto de bajar de la acera, el rugir
del motor de una moto me ensordece, puedo reconocerla, es una Harley Davidson.
Mi padre tenía, una. Amaba las motos y yo pasaba días enteros junto a él
mientras la arreglaba, recuerdo que yo jugaba a su lado, había prometido que me
enseñaría a montar en una cuando tuviera edad.
De pronto me
encuentro pegada con la espalda a la pared de una casa. Mi camino ha sido
cortado por un motociclista, un desconocido… lo miro asustadísima. Miro a un
lado y al otro de la calle, pero no hay nadie… estoy sola. Estoy temblando,
petrificada del miedo.
El terror se apodera de mí y las piernas no me
responden. Miro aterrorizada al hombre que me corta el camino montado en una
moto negra, lleva puesto el casco y no puedo verle la cara. Cuando se lo quita,
descubro que se tratara de Uriel. Respiro aliviada y sonrío temblorosa.
—Buenas noches Emily —dice.
Está guapísimo, sus ojos azules parecen brillar con
luz propia. Lleva ropa oscura y guantes negros de cuero. Me quedo con la boca
abierta y casi sin aliento, siento que mi corazón late acelerado en mi pecho.
—Uriel… —digo con un hilo de voz y tengo ganas de
saltarle al cuello. No lo había vuelto a ver desde el día que me salvó la vida
en la montaña y no recordaba lo apetecible que es.
—¿Cómo estás? —me pregunta estudiándome.
—Bien —miento intentando ser lo más creíble posible,
aparto mis ojos de los suyos. Temo que me descubra.
—El libro está al seguro contigo —dice seguro de sus
palabras.
—¿Cómo sabes que tengo el libro? —pregunto
sorprendida y un poco asustada. Apoyándome en el manubrio de la moto.
—Porque entre nosotros estamos conectados y puedo
sentir que está bajo la protección de su guardiana.
Él continúa sentado en la moto, a horcajadas, con el
casco en la mano. El sonido acompasado del motor nos acompaña. Lo contemplo en
silencio. Tomando en cuenta que luce tan… apetecible…
—No es conveniente que andes sola. Es peligroso
—dice interrumpiendo mis pensamientos.
—Lo sé, pero no dejaré de vivir. No puedo permitir a
nadie que me arruine la vida. Estoy dispuesta a enfrentar a todos y cada uno.
—Me preocupa tu despreocupación. Tienes que saber
que las fuerzas del mal, no se detendrán por nada. Estás en peligro.
—Pero a mí eso ya no me importa… —digo aún más
testaruda.
Después de haber descubierto las mentiras de Lucien
y que haya roto mi corazón en mil pedazos. Me siento muerta en vida, desilusionada,
no me importa nada más y no le temo a nada, al contrario estoy esperando el
momento de cobrármelas, aunque no sé cómo.
Me gustaría terminar con todo, con mi vida, tal vez
esa sea la solución a todos mis problemas.
Después de todo tendría que haber muerto hace mucho
tiempo atrás y por culpa del maldito libro hoy estoy aquí. Porque ahora estoy
más que segura que aquel día del accidente en el que murieron mis padres y yo
«milagrosamente» me salvé, no fue casualidad. Como dice Graciela «formamos
parte de un plan divino» y seguramente el que me ha tocado a mí es divinamente
retorcido.
Uriel desciende de la moto, baja un soporte y ella
se queda de pie, deposita el casco en el asiento. Miro a mi alrededor, no hay
nadie en la calle, sólo nosotros… Se acerca a mí. Su mirada es de hielo, me traspasa
con ella y su expresión es seria. Da dos zancadas y lo tengo muy cerca de mi
rostro, tanto que siento la tibieza de su aliento rozar mi rostro helado.
Es como mínimo dos cabezas más alto que yo. Lo miro
desde mi posición, con altanería y con aire desafiante. Levantando el mentón,
nuestros rostros están a escasos centímetros. Mantengo su mirada, y contengo la
respiración.
—Tú, no has entendido nada. No puedes morir, eres
muy importante —su voz suena seca —¿Por qué eres tan testaruda? —dice y golpea
la pared en la que me he vuelto a apoyar sin darme cuenta, me he ido haciendo
hacia atrás hasta quedar nuevamente atrapada.
—«I-m-p-o-r-t-a-n-t-e»… no lo creo…—respondo
meneando la cabeza y veo que eso lo exaspera aún más. Tiene la mandíbula tensa
y creo que si me pudiera fulminar con sus ojazos azules ya lo hubiese hecho.
—Mira muchacha estúpida, ahora me vas a escuchar
—gruñe y me toma por los hombros zarandeándome —. No arruinarás el trabajo de
siglos, por una calentura de un momento. ¿Entiendes? Aquí no es cuestión de
amor, desamor o lo que creas que sientes por Lucien. No seas egoísta y piensa,
él es un monstruo, un Néfilim. Su alma y todo su ser están condenados. No
entiendo qué es lo que has visto en un ser tan despreciable.
—¿Y a ti que te importa? ¿Por qué te interesa tanto
que pueda echar a la basura, todo? —pregunto y esta vez me descubro que sueno
más petulante de lo que pensaba. Pero ya no hay tiempo para volver sobre mis
pasos, me he puesto a la defensiva. No soy estúpida.
—Porque es mi trabajo, es de toda una vida que lucho
y conservo este secreto. Mucho tiempo atrás he confiado mi secreto a Sor Marina
y ella me ha ayudado a conservarlo, de la maldad… y ahora tú quieres arruinar
todo esto. Era mi misión conservar a salvo la reliquia y ahora es tenerte a
salvo a ti. Pero me lo pones difícil sin mencionar que eres irritante cuando te
pones en plan, “no quiero escuchar, soy una estúpida cabezotas”.
Por si no te has dado cuenta soy yo el Caballero
Templario que llegó a Irsea setecientos años atrás trayendo consigo el Santo
Grial. He vagado en la tierra durante
todo este tiempo porque mi labor está incompleta…
Y a partir de ese momento me quedé por aquí siempre
en la vigilia.
Apoyo la cabeza contra la pared, que se levanta
detrás de mí y tiemblo. Me hace mucho frío, siento que se mete por mi ropa y se
cala en mis huesos. Me he quedado muda, no es posible que sea la misma persona…
nadie vive setecientos años para contarlo y menos está tan joven y guapo como
él.
Uriel suelta mis hombros, se saca la chaqueta negra
de cuero que lleva dejándola tirada en el suelo, se aleja unos pasos hasta
quedar en medio de la calle, se inclina dándome la espalda y comienza a
contorsionarse.
Veo que levanta las manos al cielo, las luces de la
calle me muestran sus músculos que se contraen. Cae de rodillas sobre el
pavimento y, como torturado por un gran dolor, se enarca hacia adelante.
Puedo sentir sus huesos sonar al chocar contra el
suelo. Se encuentra en posición fetal, de pronto la camisa que lleva puesta se
rasga en la espalda, volviéndose girones, dejando a la intemperie su piel pálida,
que resplandece bajo el claro de luna.
Se lamenta, grita mientras de su espalda aparecen
primero tímidamente pequeñas protuberancias que crecen y poco a poco se
convierten en enormes alas, que se abren con una belleza y gracia divinas.
Dos enormes alas blancas, inmaculadas, brillantes,
se ven suaves y ligeras, se alzan majestuosas.
No puedo creer lo que ven mis ojos, continúan a desplegarse
lentamente, hasta quedar completamente abiertas. Se pone de pie dándome aun la
espalda, mueve con gracia las alas, haciéndolas subir y bajar, parecen tan
livianas, fluctúan.
Mi primer pensamiento «¡Es un Caído!» es lo que
golpea en mi cabeza. Quiero salir corriendo, pero me detengo. Sus alas son
blancas como la nieve y de pronto se encuentra envuelto en un halo de luz
blanca. Algo me paraliza, teniéndome anclada al suelo sin poder quitar los ojos
de aquel espectáculo.
Se gira hacia mí y camina lentamente, sus alas son
imponentes, abiertas son más de tres metros cada una…
Estoy paralizada, no puede ser verdad todo lo que
estoy viendo… estoy conteniendo un grito de histeria.
—¿Ahora qué me dices? —pregunta.
En torno a él se difunde un aura de luz, un
resplandor. Su rostro se ilumina, sus rasgos son aún más perfectos y bellos, de
una belleza sobrenatural.
Las largas pestañas hacen de cornisa a dos ojos
maravillosos, celestes y vivaces, su brillo me encandila.
Tomo coraje y lentamente me acerco a él salvando la
corta distancia que nos separa. Mis pasos resuenan en la calle vacía.
El frío se hace más y más presente, de tal manera
que sale el vaho de nuestras bocas. Cuando me acerco, me parece más alto. Paso
una mano sobre sus alas, son suaves, mis dedos se sumergen en ellas, es una
sensación maravillosa. Las plumas perladas relucen.
Giro a su alrededor, sorprendida con la boca abierta
y cara de boba, pero no es de todos los días ver un «ángel».
Camino hasta volver a encontrarme delante de él y en
ese momento miro dentro de sus ojos, que se han despojado de toda sombra de
duda.
Todo en torno a mí desaparece, veo solamente su
imagen, me siento como en mis sueños, cuando me encuentro con Marina y con
aquel muchacho al cual no puedo verle el rostro, me siento llena de paz. Espera
un momento ese chico es… es Uriel sí, estoy segura, algo dentro de mí me lo
asegura. Acabo de ponerle rostro al
chico de mis sueños, y es una cara realmente angelical.
Ahora entiendo por qué ambos aparecían en mis
sueños. Qué estúpida he sido ¡Es un ángel! Emily tú no has entendido nada… me
repito.
Uriel me transmite serenidad, no puede ser de otra
manera me encuentro en el paraíso, en paz. Mis pensamientos negativos
desaparecen, mis temores y el desasosiego se desvanecen.
—¡¡¡Es increíble!!! ¡Eres un ángel! —exclamo entre
temor y perplejidad. Siento que estoy por caerme al suelo.
Me tiemblan las piernas, no sé si es el frío o la
emoción. Me llevo las manos a la boca para no gritar, un escalofrío me recorre
el cuerpo.
Ahora entiendo por qué son tan perfectos, tanto él
como Lucien no son de este mundo.
Su belleza y su perfección no pertenecen a este
mundo terrenal, ellos pertenecen a un plano superior, donde todo es belleza y perfección,
donde el negro y el blanco tienen otro sentido, el frío y el calor, el paraíso
y el infierno. Uriel es una criatura divina. ¡Por Dios todo este tiempo le he
temido a un ángel!
—¿Quién eres? Me refiero qué tipo de ángel…—pregunto.
—Soy el Arcángel Uriel, mi nombre significa «Fuego
de Dios». Soy el líder de los ángeles guardianes y me ha sido confiada la
custodia del Santo Grial. El resto de la historia ya la conoces.
—Ahora entiendo muchas cosas… había tantas que no me
cerraban, como aquel día que me salvaste en la montaña. Siento mucho haber
malinterpretado tus apariciones y haberte hecho las cosas tan difíciles, pero
entenderás que para mí eras un loco.
—No podía continuar a esconderte mi verdadera
naturaleza. Pareces empeñada en no creerme y en no colaborar con la parte que te
ha tocado, por eso ahora podrás entender muchas cosas pero por sobre todo tienes
que confiar en mí. Estoy aquí para protegerte, para ayudarte con la pesada
carga que el destino ha puesto sobre tus espaldas y que estoy seguro estás a la
altura para llevar con dignidad y sobre todo tanto valor. Debes convencerte
sobre todo de esto último, tú eres valiente.
—Gracias —digo con los ojos llenos de lágrimas, él confía
en que tengo coraje… espero no defraudarlo.
Después de la gran revelación. Uriel vuelve a su
estado humano, es decir las alas en su espalda desaparecen, no queremos complicar
las cosas… y que alguien lo vea… sería una locura.
Decido llamar a Rachel y decirle que me voy directo
a casa, que me encuentro muy cansada, no lo toma muy bien, pero al final
acepta, él me acompaña hasta el aparcamiento… donde me cierra la puerta del coche
y me marcho.
Vuelvo a casa inmersa en mis pensamientos, hasta
ayer no creía en todo esto y hoy… he descubierto que los ángeles existen. Me da
vueltas la cabeza, todo es tan surrealista.
Uriel me ha prometido que siempre estará conmigo y
que me protegerá del mal, ahora me siento más tranquila, no estoy sola, tengo
de mi parte un ángel.
Capítulo II
Rachel sigue insistiendo en que la acompañe al
cumpleaños de Rosa Gallard y está muy molesta porque la he dejado plantada
anoche en el Fénix.
Todavía no he digerido lo de Uriel, pero estoy
segura que saber que él es un ángel le ha dado otro color a la situación, cada
vez se vuelve más real y más seria. Además de difícil para esconderle a la
gente que tengo a mi alrededor. Es tan duro no poder contarle a nadie la verdad
de las cosas.
Creo que tendré que dejar de lado mis temores y mis
dudas y ponerme manos a la obra para proteger el libro de las manos del mal,
después de todo es mi obligación.
Ahora no tengo miedo de Uriel, comprendo mejor las
cosas, me encuentro en medio a una guerra entre ángeles y Néfilims. Entre el
bien y el mal, ellos siempre han estado allí esperando el momento para manifestarse
y ahora me toca a mí, hacer mi parte: Luchar con uñas y dientes para que el mal
no encuentre el Santo Grial.
Estoy dispuesta a hacer mi trabajo y de paso ayudarnos
porque si el mal gana esta batalla, el mundo tal y cual como lo conocemos
terminará y no habrá nada por que seguir viviendo.
Después de un largo día de sábado en el que Rachel
ha intentado por todos los medios de convencerme de ir al baile, por cansancio
acepto aunque me temo lo peor. Pero no puedo seguir dándole esquinazos a mi
mejor amiga. Ver la decepción en sus ojos cada vez que le doy una negativa me
mortifica.
Llegamos a la casa de los Gallard, es muy grande. El
tiempo ha seguido empeorando, hace mucho frío. Cuando descendemos del coche
siento que se me hielan las piernas, miro al cielo, está límpido, seguramente
las calles más tarde se helarán porque la temperatura sigue descendiendo.
Esperamos un momento en la antesala antes de entrar
al salón donde se está dando la fiesta. La fila de invitados que llegan y son
recibidos por la festejada es muy larga y concurrida.
Ella se ve tan bella en su vestido negro, largo, los
cabellos recogidos en un moño. Joven y hermosa.
Nos encontramos en una antesala, donde hay un pequeño
bufet, me acerco a una mesa y tomo una copa de Chardonnay que me ofrece el camarero con una amplia sonrisa. Le doy
un sorbo, sabe a gloria. Inmediatamente el recuerdo de Lucien se hace presente
en mi cabeza. Es inevitable por más que lo intento todo hasta el más estúpido
detalle me recuerda a él.
—Ves y tú que no querías venir. Los canapés están
muy buenos y el vino… además te vendrá bien salir y ver gente. Siempre
encerrada, pálida y en pijama, eso no es bueno —dice Rachel mientras devora un
colorido canapé.
—Tienes razón —digo tomándome de un sorbo el vino y
buscando otra copa.
Llega al fin nuestro turno, nos acercamos a la
cumpleañera para saludarla y poder entrar a la fiesta que nos espera del otro
lado. Al fin,
—Buenas noches y feliz cumpleaños Señora Gallard —digo
acercándome y dándole un beso.
—Es usted una mujer muy hermosa. Muchas felicidades —dice
Rachel.
—Gracias chicas. Estoy muy feliz de volver a verlas,
ésta vez en una ocasión mejor. ¿Emily cómo estás?
—Bien señora, gracias.
—Rosa, no seas inoportuna —interrumpe su marido
Roberto —, todo ha quedado en el olvido. Hoy es una noche para festejar —se
acerca a nosotras, muy elegante, extiende la mano para estrechar las nuestras.
Después de haber saludado a Rosa y a su insoportable
marido, nos mezclamos con los otros invitados.
Ornella camina del brazo de su hermano Tomás por
entre medio de la gente. Los dos están vestidos muy elegantes. Ella luce un
vestido violeta muy pegado a su cuerpo y lleva el cabello recogido, le queda
muy bien. Está hermosa como siempre.
Tomás es un muchacho muy apuesto, viste un smoking
negro y lleva camisa blanca. Mantiene su buena forma, se lo ve fuerte y muy
atlético. Es extraño que todavía esté solo, se merece una chica buena, que lo
quiera y comprenda, seguramente no le faltan mujeres.
Nos ven y se dirigen hacia donde nos encontramos.
Con una sonrisa grande estampada en el rostro. Antes de llegar Ornella dice
algo en el oído de su hermano y sonríe, él la mira y su expresión cambia, se
pone serio y parece tenso.
—Hola chicas —dice ella con una amplia sonrisa y
retintín.
—¡Hola!— responde Rachel — estás guapísima, el
vestido es magnífico. Bueno es que a ti todo te queda de muerte —agrega y se
lanza a su cuello rodeándola con los brazos le da dos besos.
Ella siempre es tan cariñosa y llena de efusividad
en cambio a Ornella se la ve fría, parece una estatua de hielo.
—Emily ésta noche estás más bella que nunca… —me
pongo colorada cuando Tomás me hace un cumplido.
—Ella está ocupada Tomás, como ya te he dicho, has
perdido tu turno… aunque hace mucho que no te veo por el Monasterio y Lucien
tiene un humor de perros… ¿acaso…las cosas no van bien entre vosotros dos? —dice
Ornella con aire de superioridad e intentando poner en dificultad a su hermano,
cosa que le sale muy bien. Y también a mí.
Seguramente sabe que con Lucien las cosas no han ido
muy bien o por lo menos se lo imagina dado que no he vuelto más por allí y por
lo que comenta del humor de Lucien. Además no hace falta ser un genio para
entender ciertas cosas.
La miro en silencio, no tengo por qué explicarle
nada, ni inventarme una excusa.
—Sí, pero no está casada, todavía puede decidir… —ahora
la que habla es mi amiga… Mierda, por qué no se meten en sus asuntos y me dejan
en paz.
Le dedico una mirada asesina a Rachel que se encoge
de hombros mientras sonríe nerviosa. Mira que antes de salir de casa le hice
prometer que no dijera nada de nada a nadie, pero esta Rachel es imposible.
—Gracias Tomás… por tu cumplido —respondo mientras
doy un codazo a mi amiga.
—¿Chicas están solas? —pregunta Ornella volviendo a
la carga, no se da por vencida.
—Sí. Estamos libres —bromea Rachel.
Está tan
hermosa en su vestido color oro, muy adherente que le llega a la rodilla y con
sus cabellos rubios ondulados. Ella sí que parece un ángel, armoniosa en sus
formas, bella y perfecta.
—¡Que hombres! Yo no las dejaría solas ni un
segundo… —bromea Tomás.
Sonrío mientras pienso… Si supiera por qué en
realidad estoy sola y muevo la cabeza de un lado a otro intentando quitarme los
pensamientos que luchan por salir.
La gente se reúne en el centro del salón, la música
suena, hay un clima de algarabía y fiesta, la verdad que se está muy bien. Me
alegro de haber aceptado los consejos de Rachel y haber venido.
No veo a Lucien por ninguna parte, así que estoy
tranquila, aunque miro constantemente buscándolo, creo que en un rinconcito de
mi ser esperaba poder verlo esta noche, aunque sé que él es… «Eso», un Nefilim.
—¿Bailas? Me lo debes ¿lo recuerdas? —dice Tomás
mientras alarga su mano hacia mí con una amplia sonrisa en los labios, que a
cualquier otra muchacha la habría dejado derretida a sus pies. Pero no a mí. Yo
soy inmune a sus encantos, estoy completamente perdida con Lucien y tomo
conciencia ahora que tengo al mejor partido de Irsea ante mí.
Miro a Rachel que se encuentra a mi lado, como
pidiéndole permiso, no sé por qué lo hago. Me siento un poco incómoda, ella me
devuelve una mirada cómplice y me hace señales de ir.
Ella se queda con Ornella, hablan animadamente,
espero que esa arpía no la líe y termine sacándole información. Jorge aún no ha
llegado pero seguramente está al caer. Él si va a venir… tenía que hacer no sé
qué cosas en el Fénix y luego venía.
Tomás me toma por la cintura y yo paso mi brazo por
su cuello rodeándolo.
—¿Estás bien? —me pregunta mientras percibo la
presión de sus manos que me acercan contra su cuerpo con fuerza.
—Sí… —miento.
—No me parece ¿Él te hace sufrir?
—No —pero qué le importa a él lo que haga Lucien.
—Tienes la mirada triste…
Me aparto y clavo mis ojos en los suyos. Mi mirada
habla por si sola.
—Disculpa yo no quería… —ahora está notablemente
incómodo. Balbucea.
Verdaderamente yo también me siento incómoda. Pero
he logrado mi cometido, espero que no vuelva a insistir con el temita, porque
me estoy enfadando. Mientras con mi mirada yo busco a Lucien en el salón, el
baile sigue, pero para mi suerte él allí no se encuentra.
Seguramente él
ha pensado que yo habría venido a la fiesta y no quería ponerme en dificultad
por eso ha decidido no venir.
Mi mirada se detiene delante de una hermosa mujer
que llama poderosamente mi atención. Acaba de entrar al salón y creo que ha
generado un vórtice en el cual caen todos los presentes.
Sus cabellos son negros como la noche, su cabeza
coronada con rizos, su piel blanca, cremosa, perfecta.
Su cuerpo
tiene mil y una curvas. Sus ojos grandes parecen dos lagos azules, sus mejillas
rosadas y sus labios carnosos la convierten en una criatura deliciosa.
Lleva un vestido gris perla centelleante. Todas las
miradas se dirigen y se centran en ella, el resto de los invitados han quedado
boca abierta, también Tomas se detiene a contemplar tremenda hermosura, no lo
culpo.
De pronto una punzada. ¡No! Otra de ellos, no… el pensamiento
que se instala en mi cabeza, es que se puede tratar de un Caído… pero
rápidamente lo quito, trato de borrarlo. No puede ser posible, no puedo ver a
un Caído o a un ángel en cada criatura bella…
—¿Quién es esa mujer? —pregunto curiosa a Tomás.
—Lilith, es la otra socia de Lucien ¿No la conoces?
Ha venido porque quiere ver cómo van los trabajos en el Monasterio.
Un escalofrío me corre a lo largo de la columna
vertebral. Las piernas me tiemblan, creo que me voy a caer de bruces al suelo.
¡Mierda! Es como pensaba, es uno de ellos. Es un
demonio. No puedo gritar a todos que es un demonio y que ha venido a buscarme,
que quiere el libro, que me ha hecho capturar por dos asquerosas criaturas, que
casi me congelo y muero en una gruta por su culpa, de no ser por Uriel.
Cualquiera creería que estoy loca…
La sangre abandona mis mejillas, y siento que la
cabeza me gira, es demasiado para mí. Una mezcla de ira y terror se apoderan de
mi persona, cierro las manos en puños y aprieto los dientes. Los ojos se me inundan,
pero no puedo llorar, no lo haré. Me falta el aliento y el corazón me late
alocadamente en el pecho.
—¿Qué te sucede Emily? Estás muy pálida —pregunta
preocupado y sorprendido Tomás. Poniendo sus ojos abiertos como platos en mí.
—No me siento muy bien. Por favor acompáñame a algún
lugar más tranquilo —le susurro al oído. Tengo que salir del salón no quiero
que esa arpía me vea, no en estas condiciones en las que me encuentro presa del
terror.
—Sí, claro ven conmigo —responde y velozmente toma
mi mano y nos marchamos por una puerta evitando encontrarme en mi camino con la
maldita Caída.
Salimos del salón repleto de gente, mientras veo que
Lilith camina contoneándose y se acerca a Rosa y Roberto saludándolos muy
afectuosamente.
Me pregunto desde cuándo es que se encuentra en
Irsea y si sabe quién soy yo.
Tengo que alejarme de aquí, no quiero que me vea, es
mejor evitar cruzarme con ella.
Pasamos atravesando el ingreso, nos dirigimos hacia
la parte de atrás de la casa. Cruzamos una gran puerta que nos conduce a un
pequeño salón, una mesa grande de madera rodeada de sillas, el comedor de todos
los días y más allá un sofá de mimbre con almohadones, camino hasta él y me
siento, me hundo en ellos, estoy todavía temblorosa.
—¿Ahora me puedes decir por qué estás tan extraña?
—pregunta Tomás frunciendo el ceño, sus ojos verdes están vidriosos.
—Ohh Tomás. Mi vida es un desastre y no encuentro
una salida a todo lo que sucede en ella. He sido empujada por caminos que ni yo
puedo entender—digo entre lágrimas.
—Si puedo ayudarte —dice tomando mi mano y
apretándola con fuerza.
—Ahora me estás ayudando. Gracias.
Hundo mi rostro entre mis manos, él se acerca y me
abraza. Levanto la mirada, me mira en silencio, se acera un poco más y sin
darme tiempo a nada, me besa.
—¡No! —grito y lo alejo. Lo que me faltaba. Me
levanto como un resorte.
—Disculpa yo… no quería —se disculpa y trata de
acercarse, salgo disparada.
—Me voy —digo con apremio.
Él se queda de pie con cara de «acabo de hacer una
gran estupidez». Salgo corriendo y por el camino me encuentro con Rachel.
—¿Adónde vas? Iba a buscarte, me tenías preocupada,
he visto cuando has desaparecido con Tomás, estabas pálida y al no verte
volver… —dice sujetándome por un brazo.
—Me voy —digo y le doy un tirón, liberando mi brazo de
su presa.
—Voy contigo —dice ella.
—No, quédate. Estás esperando a Jorge. Estaré bien.
—Lo llamo.
—No, te digo que estaré bien, sabes que no quería
venir. Es sólo eso —lo único que deseo es estar sola, necesito pensar.
—De acuerdo pero ten cuidado… —responde ella rendida
después de tanto insistir. Sabe que soy cabezota. Me da un beso —Ten cuidado
Emily.
—Lo tendré. Recuerda de no decir ni una sola palabra
de lo mío con Lucien—le digo es más la amenazo.
Asiente.
Me pongo el abrigo y salgo, dejando atrás la música
y el alboroto, revuelvo en el bolsillo las llaves de mi Seat Ibiza, me meto en
el coche y allí no aguanto más. El llanto me ahoga, un río de lágrimas se
desborda por mis ojos.
Es la primera vez que lloro después de haber dejado
la casa de Lucien y las tristes semanas que siguieron.
Apoyo la cabeza en el volante y me dejo llevar, en
el aparcamiento no hay nadie solo coches vacíos… De pronto me siento observada.
Me quedo en silencio y levanto la cabeza, inmediatamente comienzo a buscar a mi
alrededor con la mirada, pero no veo nada, solo coches y sombras.
Si ella está aquí también estarán esas dos criaturas
que me raptaron. El terror se apodera nuevamente de mí.
Capítulo
III
Me marcho de la casa de los Gallard acelerando a
fondo mi pobre Ibiza, el coche patina echando a su camino una lluvia de piedras
y sale disparado. Tengo el corazón en la garganta, salgo de la carretera de
tierra y tomo la calle principal. La casa está en las afueras de la ciudad, así
que el sitio es en medio del campo.
Me pongo en camino hacia mi casa, la noche está
clara y la luna brilla alta en el cielo, miro mi reloj, es media noche apenas.
¡Qué temprano! Pienso.
El coche desbanda un poco cuando entro en la calle
asfaltada y me acuerdo que la carretera debe estar helada. La nieve que se amontona
en los campos, aquí y allá. En las copas de los árboles, brilla acariciada por
los rayos pálidos de luna, el paisaje es espectral. Me falta el aire… y de
pronto siento un calor abrasador.
El colgante que me ha regalado Lucien, lo único que
me queda de él cuelga de mi cuello, lo acaricio mientras con la otra mano
conduzco. Desde el día que he dejado su casa, no me lo he quitado más, es una
manera de sentirlo cercano a mí. Además él me ha pedido expresamente que no me
lo quite.
Tengo que detenerme estoy muy nerviosa, comienzo a
sentir un hormigueo que se extiende por todo mi cuerpo.
Atribuyo mi nerviosismo a lo que acaba de suceder,
el beso. ¡Estúpido Tomás!, la aparición
de Lilith.
Detengo el coche a un lado de la carretera, desciendo
y me apoyo sobre el capó. Hago un hondo respiro, el calor aumenta, siento la
piel que me quema debajo del abrigo. Sobre todo en lo alto del brazo derecho.
Siento que me estoy abrasando, me quito de prisa el
abrigo y bajo mi atenta mirada, en mi brazo, en la blanca y tersa piel comienza
a delinearse un dibujo, que se revela debajo de los rayos de la luna como un
tatuaje.
Parece que siempre ha estado allí y que solo haya
decidido mostrarse ahora. La cabeza me da vueltas a lo loco, el ardor en mi
piel es tan fuerte que caigo de rodillas, siento el frío y la nieve que me
circunda clavándose como cuchillos en mi piel.
De mis ojos nacen lágrimas que han mojado mi cara,
las siento tibias correr por mi piel. Me agarro con fuerza el brazo. Y lo miro
con atención paso los dedos acariciando el dibujo.
¡¿Qué demonios es esto?! ¿Dios, qué está sucediendo?
—Grito desesperada, lo que veo me aterroriza, no entiendo lo que me está
pasando.
Lanzo un grito desgarrador de dolor, nadie puede
oírme, estoy en una calle solitaria en medio del campo. El dibujo se ilumina más y resplandece de tal
manera que su luz es cegadora.
Es un símbolo que asemeja al del infinito ∞. En mi
mente se enciende el recuerdo del diseño de la cerradura del libro. Sí, es el
mismo…
Después de unos minutos, atino a coger un poco de
nieve y la coloco sobre mi brazo, se derrite con rapidez pero el dolor
desaparece, me alivia dando paso a la tranquilidad. Mi respiración se vuelve
normal, los latidos de mi corazón se ralentizan y dejo de llorar, ahora solo
sollozo, me ha dado hipo y me chorrea la nariz, me limpio con el dorso de la
mano.
Pero la normalidad se ve nuevamente interrumpida por
el aullido de lobos, puedo presentir que están muy cerca y seguramente están hambrientos,
pueden ser peligroso. «¿Qué extraño lobos por aquí?»
Subo de prisa al coche sacudiéndome la nieve del
vestido donde ha quedado pegada, sin perder tiempo arranco pero la curiosidad
por lo que ha aparecido en mi brazo me puede y vuelvo a mirar el dibujo en mi
brazo, ya no resplandece es… De mi boca escapa un suspiro, es muy bello y
extraño…
Increíblemente,
me siento con fuerzas renovadas. Acelero y el coche sale a toda velocidad desapareciendo
en el camino sinuoso surcado de árboles.
«La transmutación ha iniciado»
Meto la llave en la cerradura de la puerta de ingreso
de casa y mientras abro para entrar, me siento nuevamente observada. Estoy más
que segura alguien me está espiando. Me giro y miro a un lado y a otro aguzando
mi mirada, pero no puedo ver nada solo hay oscuridad, solo aparecen ante mis
ojos el jardín que se extiende en torno a la casa y los árboles que hay en él…
siento un escalofrío y el miedo se apodera de mí.
Una vez más el aullido de los lobos, están aún más
cercanos, ¿Acaso me están siguiendo? El recuerdo del encuentro con un lobo la
noche del baile de la biblioteca salta en mi cabeza. Recuerdo sus ojos que
parecían brasas. ¿Y si… no fueran lobos comunes y corrientes? Un escalofrío me
recorre la columna vertebral. Se me cae la llave porque me tiemblan las manos,
las recojo y abro la puerta de prisa.
El ruido de un motor rompe el silencio de la noche,
mientras cierro la puerta a mis espaldas. Miro por la ventana corriendo la
cortina, es Uriel que desciende de su moto y a paso veloz se dirige a la casa.
Abro nuevamente la puerta y lo miro con los ojos
como platos, intento abrir la boca para preguntar qué hace en mi casa, pero es
más veloz ha llegado a mi altura, me coge por los brazos y me arrastra con
fuerza hacia dentro de la casa. Cerrando dando un portazo detrás de sí.
—Cierra la puerta con llave —me ordena una vez
dentro.
No puedo ver su rostro pero siento su voz que
resuena como un trueno, la casa aún está a oscuras, no me ha dado tiempo a
nada.
Siento su respiración, se aleja unos centímetros y
mira por la ventana, por la que segundos atrás lo he visto llegar.
—¿Qué sucede? —pregunto entre confundida y asustada.
—Shhh —dice y volviéndose hacia mí que me encuentro
a sus espaldas, posa delicadamente un dedo sobre mis labios para silenciarlos.
Nos quedamos por un momento quietos, en silencio. La
luz de la luna se filtra a través de los cristales de la ventana y alumbra el
salón.
—Puedo preguntarte qué haces aquí —digo en voz baja.
—¿Y tú? ¿Qué hacías sola a éstas horas por ahí? —me
responde molesto.
Camino hacia el sofá apartándome de la ventana y de
Uriel, me muevo sin temor, conozco de memoria donde están las cosas en la casa.
Me quito el abrigo y lo dejo caer sobre el apoyabrazos.
—¿Puedo encender la luz? —pregunto de mala gana.
—Claro, es tu casa —responde sin apartar los ojos de
la ventana.
Enciendo la luz de la lámpara, me giro y Uriel
continúa en su papel de guardián, escrutando con atención el jardín. Después de
unos segundos se gira y se queda boquiabierto mirando mi cuello, donde pende el
colgante que me ha regalado Lucien. En un acto reflejo me llevo una mano a él y
lo cojo con fuerza.
Me intriga su reacción pero no le voy a preguntar
nada, no quiero que me de otro sermón. Decido desviar la atención a otro tema.
—¿Que está sucediendo? ¿Me puedes explicar? Estás más
extraño que de costumbre y ahora tienes la confianza de meterte en mi casa, sin
siquiera pedir permiso —intento ser irónica, pero tengo el presentimiento que
no se trata de nada bueno.
—Shhh mejor explícame ¡Ese colgante! —exclama
señalando mi cuello — ¿Te lo ha dado Lucien? —pregunta mientras se acerca a mí
y lo levanta. Se encuentra tan cerca, que siento su respiración golpeando mi
mejilla. Es tibia y reconfortante aunque tiemblo con cada palabra que sale de
su boca, me siento culpable y no entiendo por qué—. Emily, estás jugando con
fuego y te puedes quemar. Hay muchos de mi «especie» a los que no les estará
muy simpática tu relación con un Caído. Te has enamorado de él y no te importa
nada, ¿no es cierto?
—No hay tal relación Uriel, no hay de qué preocuparse.
Cuando descubrí quien era en realidad Lucien, me molestó mucho y no lo he
vuelto a ver desde que me rescatasteis en la montaña.
Sólo conservo
el colgante porque él me aseguró que si lo llevaba siempre conmigo ningún Caído
podía hacerme daño. Es una especie de amuleto.
Evito decirle que es por simple cariño, al fin y al
cabo ya no creo en nada de lo que me haya dicho Lucien, ya no confío en él. La
tristeza me invade.
El dibujo de mi brazo inicia a quemarme de nuevo y siento
que puedo morir del dolor. Apartándome de Uriel me aferro mi brazo y me quejo.
El vestido que llevo, es largo negro y tienen unos
tirantes que dejan al descubierto los brazos y la espalda, Uriel me mira
sorprendido.
—¿Qué te sucede? ¿Estás herida?—pregunta mientras me
coge el brazo. Cuando ve lo que allí se encuentra una sonrisa se dibuja en sus
labios, es sutil pero puedo apreciarla —La marca de la guardiana ¿Duele? —dice
pasando un dedo por el dibujo siguiendo las líneas, un escalofrío me recorre
entera.
—Ha salido esta noche y sí, me arde —digo mientras
paso mi mano sobre el dibujo, que se ilumina como hace un rato, él aparta su
mano.
—El libro se ha puesto en contacto contigo, recuerda
que eres la llave que lo abre y ese diseño lo demuestra. Corres un gran
peligro, ahora más que nunca tienes que ser consciente Emily que esto va en
serio.
—Esta noche he visto a Lilith en casa de Gallard, pero
ella no me ha visto. La conoces seguramente. Es un Caído —Uriel me mira primero
serio y luego su rostro se descompone, camina nervioso pasándose las manos por
el pelo. Lo miro y me recuerda a Lucien, son tan parecidos y a la vez muy
diferentes.
—¡Maldición, Lilith! Tendría que haberme imaginado
que era ella quien estaba detrás de todo esto. Ya no estás a salvo, seguramente
ella sabe que eres la Guardiana ¿Te ha visto? ¿Has hablado con ella?
—No. Me he marchado antes que me viera, o al menos
es lo que creo.
Un aullido me pone los pelos de punta, es lastimero
y me hace doler los oídos.
—Esos aullidos que sientes no son lobos comunes, son
demonios que se transforman en lobos y seguramente Lilith los ha enviado para
que te busquen. Me he encontrado con un par de ellos en la montaña, hemos
luchado… Me he imaginado que iban tras algún rastro, he seguido a un par y han
llegado hasta muy cerca de la casa. Los he ahuyentado y te he esperado, cuando
te he visto descender del coche me acerqué. Por eso estoy aquí.
—Es todo tan extraño. Un ángel que conduce una moto.
Ángeles Caídos o Néfilims que tienen un montón de dinero y viven entre
nosotros… —camino por la habitación nerviosa, me echo un mechón de pelo hacia
atrás
—El mal no tiene límites y cuanto menos la maldad de
Lilith, ya he tenido ocasión de encontrarla en el pasado, es muy peligrosa.
Miro a Uriel con atención, otro aullido me crispa
los nervios, intento caminar y me enredo en el vestido.
—Tengo que cambiarme, espera aquí —digo, presiento
que será una noche muy larga y la ropa que llevo puesta no es la adecuada para
la ocasión.
En un segundo me pongo mis tejanos, un jersey que
cubre el diseño en mi brazo y un par de botas, ahora me siento más cómoda.
Estoy lista.
Cuando vuelvo al salón, Uriel se encuentra pegado de
nuevo a la ventana. Cuando oye mis pasos, se gira hacía donde me encuentro y me
mira, con un extraña expresión.
—Explícame ¿Por qué todo es tan difícil, por qué
esta absurda guerra? —digo tomando asiento en el sofá con las piernas
entrecruzadas.
Él sonríe se aleja de la ventana, se acerca y se
sienta a mi lado.
—Es desde tiempos inmemorables que nos encontramos
entre vosotros tanto ángeles como demonios. La historia está llena de nuestra
presencia. Pero como ángeles sólo podemos interactuar, aconsejándoos, nada más.
No podemos decidir por vosotros, porque el «Creador»
os ha dado el libre albedrío. Cosa que implica que sois los únicos que
detentáis el poder de diferenciar entre el bien y el mal y podéis en
consecuencia elegir uno o el otro.
Los Caídos se mezclan entre la gente para
influenciaros y llevaros hacia el mal, para de esa manera ganar almas para Lucifer.
Mientras estoy concentrada en las explicaciones de
Uriel, alguien llama a la puerta y me sobresalto.
Me levanto para ir a la puerta pero Uriel me hace
señales que esté en silencio, se acerca a la ventana y después en voz baja me
habla:
—Son dos tipos. Ven a ver ¿Los conoces?
Me asomo a la ventana pero no se ve muy bien, el
jardín y todo alrededor de la casa está cubierto por una especie de niebla, que
hasta hace poco no había.
—Soy Giovanni. ¡Abre, Emily, por favor!
Uriel me mira con expresión interrogativa, asiento y
abro la puerta, puedo ver que efectivamente se trata de Giovanni y Athan.
—Pero ¿qué sucede? —pregunto sorprendida por su
presencia en mi puerta a altas horas de la noche.
—¡Déjanos entrar, por favor! —repite pálido mortal.
—¡Entren!
—Estábamos investigando y hemos encontrado unos
lobos gigantes. Después ésta niebla nos ha envuelto, hemos intentado escapar y
bueno ésta es la primera casa que hemos encontrado. No tenía idea de que vivías
aquí, pero cuando pasamos por la puerta reconocí tu coche, el Seat Ibiza rojo y
di un suspiro de alivio.
Los lobos nos han seguido hasta aquí, han rodeado la
casa. Lo siento los hemos traído directamente hasta tu casa.
Mientras Giovanni habla escuchamos el estruendo que
proviene de la puerta, algo ha chocado contra ella de manera violenta, Uriel se
levanta y la sujeta con fuerza para evitar que la desfonden, seguramente son
los lobos. Inmediatamente después de los golpes se escucha un gemido que me
hace helar la sangre en las venas, son los lobos no hay duda.
—¿Quiénes son, Emily? —pregunta Uriel.
—Tranquilo los conozco. Athan, un cazador de
demonios y Giovanni mi compañero de trabajo. Chicos él es Uriel, un ángel —digo,
con la serenidad más grande del mundo.
Levantando mis hombros resignada. Todos se quedan
congelados mirándose. Sé que la escena puede parecer extraña, pero de un tiempo
a esta parte ya nada me parece extraño y tanto menos imposible. Uriel me lanza
una mirada asesina.
—Ellos están aquí y los lobos fuera, esperando
atacarnos. Han venido por mí, creo que lo mejor es contarles la verdad tal vez
puedan ayudarnos —me justifico y explico mi reacción, no puedo seguir
escondiéndole las cosas a todo el mundo. Y cuánto menos a un cazador de
demonios.
—¿Un
ángel? ¿En serio? —Giovanni mira a Uriel con perplejidad y
detenimiento. Se acomoda las gafas empujándolas sobre el puente de la nariz con
el dedo índice.
—Athan imagino que has luchado otras veces contra
los Caídos por eso, supongo que sabes qué debes hacer… si te encuentras con uno
—digo.
Me sorprende la serenidad con la que hablo y sobre
todo la familiaridad, bueno me lo estoy tomando con calma, no me queda otra.
Athan me clava sus ojos oscuros y profundos, me siento incómoda, se rasca la
barbilla y habla:
—Sí, desde luego, en mi camioneta tengo todo lo
necesario para luchar contra ellos, cúbranme las espaldas… voy a traer las
cosas.
Abre nuevamente la puerta de la calle, la niebla se
ha tragado la casa, no se ve nada. Athan sale con Uriel a su lado y se dirigen
por el caminito que atraviesa el jardín hacia la calle, después no se ve nada
más, desaparecen. Cierro la puerta y miro por la ventana. Un escalofrío corre
por mi cuerpo.
Se escucha el ruido del motor rugir con furia, después
veo las luces que iluminan la casa, Giovanni corre a abrir nuevamente la
puerta. Uriel y Athan descienden de una camioneta vieja que ahora está delante de
la puerta de mi casa, en medio del jardín.
—Vamos, tú toma de un lado y yo del otro —grita
Athan.
Cogen una caja que parece muy pesada y entran en
casa corriendo lo más rápido que les permite la pesada carga. Las bestias están
al acecho puedo ver sus ojos entre medio de las plantas y en medio de la calle,
brillan como brasas. Cuando el ángel y el cazador de demonios atraviesan el
umbral, cerramos la puerta y se escucha cómo los lobos corren hacia nosotros,
aullando como locos, oímos el golpe
cuando se estrellan contra la puerta.
—¿Tienes
Sal? —pregunta Giovanni con apremio.
—Sí, en la cocina —respondo y salgo corriendo como
si supiera qué es exactamente lo que tengo que hacer y no puedo esperar ni un
segundo para hacerlo.
Atravieso el pasillo en una fracción de segundo,
revuelvo en la alacena, menos mal Rachel tiene la manía de ser muy previsora y
hay varias cajas de sal. Cojo unas cuantas y las llevo conmigo de vuelta al
salón.
—Hay que rociarla en torno a la casa —dice Giovanni —,
eso los mantendrá alejados y ganaremos un poco de tiempo.
—Buena idea muchacho, veo que has aprendido —dice Athan
mientras le da una palmada en la espalda y enciende un cigarro.
—Disculpe pero aquí no puede fumar, me quedará la
casa impregnada en olor a humo —intento ser lo más cortés posible. Estoy
escuchando a Rachel quejarse por el olor a tabaco.
Me devuelve una mirada furibunda y apaga el
cigarrillo entre los dedos como lo hizo en la biblioteca cuando se lo pidió
Graciela.
—Alguien tendrá que salir a esparcir la sal —dice
malhumorado.
—Voy yo —responde Uriel. Quitándome las cajas de las
manos.
Abre la puerta y la vuelve a cerrar y en un abrir y
cerrar de ojos está de vuelta. Sano y salvo.
—Has sido muy veloz —le digo.
—Ventajas de ser un ángel…
Miro por la ventana, los lobos que giran en torno a
la casa son enormes, altos y fuertes. Tienen las fauces abiertas y de ellas cae
un líquido espeso y gelatinoso, parece saliva mezclada con espuma. Parecen
rabiosos. Tienen el pelo del lomo encrespado, están furibundos.
—¡Ayúdame!
—grita Athan a Giovanni. Los dos abren
la caja y sacan botellas llenas de un líquido desconocido.
—¿Qué es?—pregunto curiosa mientras me acerco al
centro del salón donde antes reposaba la mesita ratonera de cristal, ahora
dejada de lado.
—Sal y alcanfor, los demonios no lo soportan —responde
Giovanni.
—Coge todas las municiones —ordena Athan, Gio hace
lo que le pide, de dentro de la caja coge puñados de proyectiles, algunos caen
al suelo desparramados y los esparce todos sobre el suelo. Abre las botellas e
inicia a rociarlas con la mezcla.
—Demonios o animales morirán de la misma manera. Los
proyectiles matan a los vivos y la sal y el alcanfor a los demonios —dice
Giovanni sin dejar de hacer su trabajo.
—Se clavarán en su carne y la quemarán hasta
convertirla en cenizas —dice Athan.
Uriel se gira haca mí, me mira en silencio, en su
rostro puedo ver la duda, yo tiemblo. No sé si ha sido buena idea contarles lo
que estaba sucediendo, ahora comienzo a dudar de mis decisiones, pero creo que
es tarde para eso.
Uriel me coge por los hombros y me habla con voz
tranquila.
—Ahora ve toma tu abrigo y prepárate para salir —es
una orden.
Asiento sin poner ningún «pero», como suele ser mi
costumbre. En estos momentos no serviría de nada, no me queda más que enfrentar
los problemas.
Me giro y cuando estoy por marcharme hacia mi
habitación, me aferra con fuerza y determinación por un brazo y me atrae hacia
él. Me mira dentro de los ojos, sus ojos azules son tan claros que parecen
resplandecer.
—Lo siento —su voz es ronca.
—¿Por qué dices que lo sientes? —pregunto con un
hilo de voz.
Mientras tanto afuera los lobos ya no golpean contra
la puerta porque la sal los mantiene alejados pero aúllan aún más fuerte.
—Porque es por mi culpa que te encuentras en esta
situación —dice y su rostro se contrae como si una punzada lo atravesara.
Lo miro y sonrío, alargo los brazos y los paso en
torno a su cuerpo. Me quedo en silencio, las palabras sobran. Siento el calor
que emana, sus músculos contraerse y su corazón latir.
Él me habla al oído, mientras a nuestras espaldas,
Athan y Giovanni continúan atareados a poner en su lugar las municiones.
—Coge el libro, llévalo contigo… no debemos perderlo
de vista. Pero trata de que no te vea nadie. Es mejor que ellos no lo sepan
—abro los ojos como platos, Gio recoge los proyectiles pero Athan estoy segura
que ha escuchado lo que me acaba de decir al oído Uriel, pero se está haciendo
el desentendido… lo he visto, estoy segura, la expresión en su rostro lo delata…
y he notado su reacción. Pero bueno él no tiene ni idea de qué libro se trata.
No tengo que temer, ellos son “los buenos”.
Me
marcho a mi habitación, tomo el bolso, mi abrigo y estoy lista para salir.
Siento el corazón que me late loco en el pecho y la
adrenalina invade cada célula de mi cuerpo. Se ha liberado en mi sangre una
mezcla de miedo y emoción. Salgo corriendo por el pasillo, paso por el salón,
todos se mantienen ocupados volviendo a meter las armas en la caja.
Bajo al sótano donde he dejado tiempo atrás el libro
y lo cojo, lo envuelvo en un pañuelo que encuentro en una caja y lo meto en el fondo
del bolso que llevo.
Subo corriendo las escaleras y vuelvo al salón, la
caja con las armas ya no está, los tres hombres se arremolinan en torno a la
puerta, están listos para salir. Athan lleva dos ametralladoras cruzadas en la
espalda, Giovanni empuña dos pistolas y Uriel tiene una pistola en la mano.
Al verme volver coge una botella que ha quedado en
el suelo, el resto del salón ha vuelto a quedar como antes, parece que aquí no
ha pasado nada. Alarga la mano y me la pasa.
—Échate un poco, te mantendrá al seguro —me ordena.
Lo miro, tomo la botella y meto la nariz, huele
fatal como el resto de la casa. Se me revuelve el estómago y pensar que me la
tengo que aguantar encima.
Sin poner resistencia, me rocío el líquido que queda
en la botella, como si de perfume se tratara, echando un poco en mi mano me lo
pongo en el cuello, en las muñecas, Uriel me mira y sonríe.
Después de esto, Athan y Giovanni salen primero
cargando la caja la tiran en la parte de atrás de la camioneta y suben, los
lobos se arremolinan en torno a ellos, Athan hace un tiro al aire espantándolos
y aprovechan para subir al vehículo.
Salimos en un segundo tiempo, Uriel y yo. Varios
lobos nos rodean, aúllan muy fuerte y la niebla no nos permite ver bien.
Giovanni y Athan insisten que yo vaya con ellos adelante pero no acepto, subo
en la parte de atrás con Uriel.
Él me pasa un brazo sobre los hombros. Nos sentamos
uno al lado del otro para darnos calor y apoyamos la espalda a la cabina del vehículo.
—Ten —me dice mientras me pasa una pistola que
llevaba en el cinturón y que no se la había visto antes —¿La sabes usar?
Athan intenta poner en marcha el motor que se
resiste, tenemos los lobos casi encima.
—Sí, mi padre era cazador y me ha enseñado como se
usa un arma —respondo agradeciendo al cielo por las lecciones de mi padre, que
en aquel tiempo para mí eran un juego, porque practicaba tirándole a latas vacías.
Desde dentro de la cabina Giovanni hace un par de
tiros al aire y el ruido mantiene a las bestias alejadas.
La camioneta hace un berrinche y finalmente arranca,
la nieve como me lo temía se ha convertido en hielo, la camioneta resbala
cuando Athan la pone en marcha y desbanda de un lado al otro mientras salimos
del jardín disparados como un rayo.
Entretanto que nos marchamos un lobo salta de un
arbusto donde se encontraba escondido, en nuestra dirección. El animal es de
enormes dimensiones, los ojos le arden como dos hogueras. Casi puedo sentir su
aliento caliente y apestoso, huele a putrefacción, me revuelve el estómago.
Uriel me acerca a su pecho en un movimiento veloz e intenta cubrirme con su
hombro.
Instintivamente tomo el arma con las dos manos y
apunto al hocico del animal. Disparo en el mismo momento en el que la bestia
inicia su caída sobre de nosotros. La bala atraviesa las fauces incrustándose
en la cabeza, el animal cae inerte en el suelo de la camioneta.
Está cubierto de sangre, con la lengua fuera, los
ojos se le apagan. Uriel se pone de pie con dificultad, la camioneta corre por
la calle helada subiendo la montaña resbalando y desandando.
—¡Atención, quédate quieta ahí y agárrate fuerte! —grita
y mete la cabeza por la ventanilla del lado de Giovanni. No puedo oír qué es lo
que le dice.
Fin del fragmento.
imágenes tomadas de Google |
Solo puedo decirles que viajaremos mucho, que la acción se traslada a París, también nuestros personajes viajarán a Praga...
No te lo puedes perder, aparecen nuevos personajes que pondrán más acción y sobre todo se aclararán muchos misterios...
Espero que les haya gustado y que se animen a leer la bilogía al completo!!!
Un saldo a todos y feliz miércoles!!