El amor es cosa de otro planeta

El amor es cosa de otro planeta

lunes, 25 de enero de 2016

Booktrailer "La Guardiana I: Predestinada"

Buenas tardes!!
Aquí les dejo el booktrailer de mi novela "La Guardiana I: Predestinada"
Espero que les guste y que se animen a leer la bilogía.





Les deseo una feliz tarde de lunes...

domingo, 24 de enero de 2016

Fragmento de "La Guardiana I: Predestinada"

Buenos días! 
Cómo estáis pasando el fin de semana, por aquí con solo y muy buen tiempo, ya era hora!!
Hoy les traigo un fragmento de "La Guardiana I: Predestinada" 
Si quieren saber cómo sigue los invito a descargarla aquí:
Amazon:  http://www.amazon.es/Guardiana-Predestinada-Silvana-D-Saba-ebook/dp/B014SSKO50
El Corte Inglés: http://www.elcorteingles.es/ebooks/tagus-9781517140366-la-guardiana-predestinada-ebook/
La Casa del Libro: http://www.casadellibro.com/ebook-la-guardiana-predestinada-ebook/9781517140366/2660156



                        Introducción


18 de marzo 1314 anno domini del Signore.

El día en el que todo tuvo inicio. La Orden de los Templarios sería totalmente desmembrada, no debía quedar vivo ni uno sólo de sus integrantes, intereses superiores regían el mundo.
Felipe el Bello y el Papa Clemente V ambicionaban la enorme riqueza y el poder que poseían los Caballeros Templarios, adjetivos que los habían convertido en una piedra en el zapato del Vaticano y de la corona, para conseguir terminar con ellos ambos se encargaron de levantar calumnias contra hombres cavales que blandían su espada en nombre de Dios y que un día habían servido a la iglesia y a sus fieles, pero no hubo piedad para con ellos. Se decidió el destino de muchas personas que hasta ese momento habían consagrado su vida al servicio del «Señor».
Además del poder los Caballeros Templarios, ostentaban la custodia de muchas reliquias muy importantes y poderosas además de una gran riqueza espiritual y terrenal. Verdaderas armas, que en las manos equivocadas podían terminar con la humanidad.
La mano encargada de poner fin a la orden fue La Santa Inquisición, que era una institución creada por la Iglesia para indagar y punir mediante un tribunal a quienes eran considerados herejes después de juicios absurdos.
En aquel tiempo la Inquisición apresó a gran parte de los Templarios y con técnicas de tortura muy avanzadas para la época, les hicieron confesarse culpables de herejía, cuya pena era la muerte en la hoguera.
            Pero todo esto no era solo simple obra de los hombres, seres oscuros se mezclaban con las altas esferas del poder eclesiástico y real, sus objetivos único y principales eran las reliquias y por medio de maquinaciones y subterfugios convencieron a los hombres a ayudarlos en tal labor, induciéndolos a creer que lo hacían en beneficio propio y de las instituciones que representaban.
            Mientras en las filas de los ejércitos del bien se encontraban ángeles que se mezclaban entre los hombres, enviados por el mismo Dios para proteger dichos objetos de poder de las manos de los «Caídos», luchando y sangrando codo a codo.
            Detrás de la guerra terrenal entre los hombres, se libraba una guerra divina en la que el Bien y el Mal, el Cielo y el Infierno se contendían la hegemonía y el poder absoluto sobre el mundo terrenal y todo lo que existe en él.
Los Caídos o Nefilim son ángeles desterrados del paraíso, comandados por el más potente ángel expulsado del cielo: Lucifer y bajo sus órdenes siembran allí donde van la desgracia, el caos y la violencia.
Tales seres eran los encargados de guiar la mano de la Santa Inquisición y lo hacían valiéndose de triquiñuelas y por intermedio de ella intentaron aniquilar a todos los Ángeles de Luz que se encontraban esparcidos por toda la tierra que habían sido enviados por Dios para ayudar a los hombres y protegerlos de grandes peligros, labor difícil por no decir casi imposible, con tantos enemigos dispersos por el mundo.
La fórmula infalible de los inquisidores era culpar de herejía y brujería a sus víctimas. Entonces entraba en acción el tribunal de la Santa Inquisición, que hacía arder a miles de inocentes en sus hogueras.
Eran días oscuros, se encontraban «culpables» en cada rincón de Europa. Mediante mentiras y maquinaciones se juzgaban seres que no eran de éste mundo, enviados por el Altísimo, para salvar a los pobres y desvalidos, almas que necesitaban consuelo.
Todo este horror pasó delante de los ojos del mundo entero sin que la humanidad tuviera el mínimo atisbo de consciencia de que entre las víctimas había ángeles y que las hogueras que al final tanto seguros los hacían sentir eran alimentadas por aquellos que habían sido enviados a protegerlos de los lobos que ahora guiaban el rebaño que caminaba ignaro del peligro que lo celaba.
Desde tiempos inmemorables se lucha contra el mal, que está por doquier enquistado en todos y cada uno de los ámbitos sociales y es un trabajo difícil acabar con él ya que echa raíces profundas y es imposible erradicarlo porque cuando se extirpa de un lado se expande por otro, manchando, aniquilando todo lo que toca, volviéndolo inútil, yermo. Es el caso de las almas que se contaminan con ese veneno y se corrompen hasta convertirse en sombras que se desplazan alimentándose de almas débiles e indefensas que vagan en el limbo.
 Pero yo Uriel, cuyo nombre significa «Fuego de Dios». Soy el líder de los ángeles guardianes y he sido designado en la tierra para ayudar a personas de bien a seguir sus sentimientos puros y guiar a los demás ángeles guardianes para que ayuden a sus custodiados a cumplir con sus deberes, a alcanzar la iluminación del espíritu a través de actos altruistas. Proteger los objetos de poder se encuentra en la cabeza de mi lista y si es necesario daré hasta la última gota de la sangre que corre por este mi cuerpo terrenal, no pienso permitir que los Caídos consigan hacerse con ellas para sus objetivos oscuros.
Y haré lo posible y lo imposible para llevar adelante mi encargo, nada ni nadie podrá detenerme.
No puedo permitirme bajar los brazos, hay mucho en juego: la humanidad, sus almas y el equilibrio del Universo.
Muchos ángeles se encuentran enrolados en las filas de los ejércitos de los Templarios, fieles a Dios. Defendiendo el bien aún a costo de sus vidas. Es un trabajo arduo, pero el sacrificio es el más grande de los dones que podemos entregar a nuestro Señor y al resto de la humanidad que camina hacia adelante sin saber cuál será su destino si Lucifer se libera de las cadenas que lo tienen confinado en el infierno.
            He sido enviado por Dios para salvaguardar las almas de los humanos y las reliquias divinas, para que no caigan en las manos equivocadas, en las de monstruos oscuros que ambicionan poder para expandir en la tierra los dominios del «Ángel Caído» más famoso de toda la historia, Lucifer, que no se resigna a estar confinado en los abismos del infierno.
He pasado mucho tiempo entre las filas de los Templarios, he visto los horrores y padecido las plagas luchando codo a codo con los hombres, en el corazón de la guerra, defendiendo lo sagrado del ímpetu del mal. He visto las miradas de terror de aquellos hombres valerosos que se enfrentaban ante la furia de los impíos que intentaban hacerse con Tierra Santa y que por fin protegidos por el manto del maligno lo consiguieron, fueron días sangrientos que nada podrá borrarlos de mi mente.
Lucifer quiere tomar posesión de las reliquias, objetos de poder, para ser aún más fuerte y poder romper las fuertes cadenas que lo mantienen confinado a diferencia de sus secuaces que caminan libremente entre los hombres, minando sus almas y convirtiéndolos en seres sin escrúpulos, llenos de odio y crueldad, oscureciendo sus mentes con la ignorancia, la envidia y la violencia. A Lucifer le ha sido negado aquel derecho y por ello lucha por su libertad.

Después de haber perdido Tierra Santa, los Templarios ignaros del peligro que los acechaba, volvieron a París sin saber que allí, enfrentarían su destino y yo volví con ellos. Mi deber era mantenerme cerca a Jackes de Molay y custodiar junto a él un gran tesoro, el Santo Grial, fuente de inmenso poder, por ello tan ambicionado del mal.
 Pasamos muchos años en París, en los que los Templarios llegaron a convertirse en una Orden muy rica y famosa , hasta Felipe IV les pidió un préstamo importante de dinero, de ese modo fue forjándose el destino de la orden…
La historia siguió su curso hasta el 13 de octubre de 1307 fecha en la que tuvo inicio el principio del final: Lucifer, nos pisaba los talones y estaba a punto de desencadenar el infierno. Se desató una cruenta casería encubierta de ángeles, las muertes de los hombres integrantes de la Orden fueron sólo «daños colaterales», que de todas maneras beneficiaban al Rey francés.
La Santa Inquisición estableció la disolución de la Orden de los Templarios por herejía, de manera tal que dispuso del poder de juzgar a todos sus integrantes, encubriendo su verdadero interés de terminar con la mayor cantidad posible de ángeles de luz y conseguir el Santo Grial.
            La noche del 17 de marzo de 1314, en un sueño recibí un mensaje, tenía que dejar que se cumpliera el destino ya escrito del Gran Maestre Jacques de Molay.
            Fue encontrado en un escondite en las montañas y tomado prisionero, sin mayores dilaciones, el día siguiente fue condenado a la pena de muerte y poco después sería ejecutado.
Yo tenía que escapar y proteger el Santo Grial, cumplir con la misión que me había sido encomendada, abandonando a mi protegido a su triste suerte.
Porque no está en mi poder, evitar que cada ser humano cumpla con su destino por muy injusto que sea, ya ha sido escrito por el Altísimo e interrumpir con su plan divino sería crear «caos» y a nosotros ángeles de luz nos está prohibido, eso es más obra de los Nefilim.
Un ángel y en mi caso un Arcángel no puede ni debe interferir en el destino de los hombres, sólo podemos acompañar a nuestro humano con plegarias y orar por su alma para que encuentre paz en el más allá.
No podía revelarme contra Dios, por mucho que me doliera debía seguir sus órdenes, he sido creado con esa finalidad, ejecutar órdenes sin rechistar. Y esta no iba a ser la primera vez que me revelaría a mi Señor. Aunque más adelante sería una posibilidad que me replantearía y que terminaría por aceptar y hasta realizar, enfrentándome a todas mis premisas y poniendo de cabeza el entero orden Celestial.
Pero en ese momento no se me cruzaba la ida por la cabeza, traicionar a mi Dios, ¡Jamás! Creía que no podría perdonármelo nunca, que la vergüenza me cubriría por toda la eternidad. Porque juzgaba que todos sus designios eran justos y que no podía existir margen para el error, que todas las ordenes que me llegaban a través de mi superior, Gabriel eran las ordenadas por Dios, pero después de tanto tiempo y las cosas que sucedieron he cambiado mi forma de pensar…

Cuando me acerqué a la ventana de la casa donde me encontraba escondido, pude ver que la luna llena brillaba alta en el cielo, su luz blanquecina se colaba proyectando un cuadrado iluminado sobre el piso de la habitación maloliente. El aire fresco se agradecía. Aspire hondo manteniéndome en cuclillas escondido al reparo de las sombras.
Tenía la respiración acelerada y todos mis sentidos en alerta, debía escapar, me quedaba poco tiempo, si permanecía allí me encontrarían y me apresarían. Mi final sería como el del resto, en la hoguera ardería mi cuerpo humano y volvería a mi estado angélico cubierto de vergüenza por no haber cumplido mi misión.
Tomé mi capa, y salí por la puerta de atrás que daba a un callejón estrecho y oscuro. La casa estaba en el centro de París así que debía marcharme aprovechando la oscuridad.
 La noche era muy fría, me cubrí con la capa oscura apretándome con fuerza contra ella. Las calles de París parecían tranquilas y sin peligro alguno, pero yo sabía que detrás de esa gran tranquilidad se celaba el mal, la injuria y la muerte…
El cielo era sereno, el aire fresco golpeaba mi cara, caminé escondiéndome entre las sombras de la noche.
 Me sentía más humano que nunca, era mucho tiempo que me encontraba en la Tierra mezclado entre ustedes, sufriendo las desventuras que cualquier humano puede sufrir, me parecía tan lejano el tiempo en el que mi «esencia» era libre.
Tener un cuerpo físico es muy doloroso y es necesario cuidarlo mucho, la carne es frágil, se magulla y por sobre todo se corrompe, es algo con lo que aprendes a convivir, la lucha constante para vencer las tentaciones.
El corazón me latía fuerte, lo sentía palpitar en mis sienes. Tenía la respiración irregular, las manos me temblaban y estaban heladas.
Había llovido todo el día y ahora que el cielo estaba limpio el frío y la humedad se hacían sentir más que nunca, cosa que era positiva porque las calles estaban desiertas.
            El Gran Maestre sabiendo que era perseguido y antes de caer en las manos de los infames, me había confiado la protección del Santo Grial.
            Él era el único ser humano en el mundo que sabía quién era yo en realidad y conocía mi misión en la Tierra. Yo era el único en quien podía confiar, desde que había descubierto mi origen me había convertido en su mano derecha, en su «Ángel de la Guarda».

            El silencio de la noche era interrumpido por los ladridos de algunos perros en la distancia, pero había mucho más que eso en el aire eléctrico que me envolvía helándome hasta los huesos.
            Me detuve apoyado a una pared de un callejón estrecho, oscuro y maloliente de orina y eses y oteé un momento las calles principales, alguien me seguía, podía percibirlo, agudicé el oído y esperé. Llevaba conmigo mi espada, escondida entre las vestimentas, la tomé por la empuñadura con fuerza y me preparé para ser embestido pero el ataqué no llegó… continué la espera… mi cazador estaba cerca, tal vez volando sobre mi cabeza, un escalofrío me recorrió la espalda. Me dolían los nudillos por la presión constante que ejercía en la empuñadura de mi espada.
            Las luces del alba iniciaban a colorear el cielo con pinceladas de rojo fuego el horizonte, haciendo relucir los girones de nubes que se arremolinaban para ver el espectáculo del sol naciente, las sombras se habían ido atenuando, difuminándose hasta dejar paso a la claridad que iniciaba a delinear las siluetas de las cosas, mi escondite ya no era seguro o tal vez nunca lo había sido. Tal vez alguien esperaba que hiciera mi primer movimiento para caer sobre mí y asestarme un golpe certero.
Me acurruqué con la espalda contra el muro, siempre en guardia, con las piernas flexionadas y los codos apoyando sobre mis rodillas aguantando el peso del acero de mi espada. Un ligero rumor, que para un humano hubiese sido inaudible, llego a mis oídos, fuerte y claro se trataba de pasos, felinos, delicados, amenazadores, portadores de muerte y putrefacción.
No me cabía duda alguna había alguien cerca, muy cerca y continuaba a acercarse a mí… no era un humano… eso lo podía oler… Sí mis sentidos alertas iniciaron a recibir las señales de que una criatura demoníaca se celaba cerca de mí. En el aire se instaló un olor a azufre que rápidamente invadió mis pulmones, incrustándose como agujas en ellos no me dejaba respirar.
Me estaba ahogando, inicié a toser y mientras lo hacía una nube oscura exploto delante de mí a pocos pasos, cuando inició a disiparse se dibujó una silueta envuelta en una capa oscura.
No podía ver su rostro, pero debajo de la capucha vi relampaguear sus ojos ardientes como brasas, rojos como el fuego. Intenté cubrirme la nariz con una mano y la tela de mi capa porque el olor a azufre era insoportable.
El individuo se acercó lentamente, dejó caer la capa al suelo y pude ver como desplegaba sus alas negras que relucían acariciadas por la tímida luz del nuevo día. Frunciendo el ceño y forzando mis ojos mire con atención, incrédulo.
            Se trataba de una mujer muy bella, su piel era blanca como el alabastro, el color de sus ojos eran verdes, pude distinguir su color cuando se apagaron las llamas en ellos. Su cabello rubio, dorado como los rayos del sol caía sobre sus hombros.
            Era terrible y lujuriosamente hermosa, se contoneaba con movimientos felinos, lentos y agraciados, me hipnotizó. Por un momento me quedé petrificado, embobado, me había atrapado en sus redes, intentando confundir mi mente y lo estaba consiguiendo. Estaba sucumbiendo a las artimañas del demonio. Recordé lo que había escuchado hablar de ella, todas las historias que se tejían sobre su persona eran nimiedades en comparación a tal belleza.
            La única hembra entre tantos Nefilim, ella era la mano derecha de Lucifer, despiadada y enérgica, hábil y manipuladora. Cuentan que su espada ha cercenado más cabezas que ninguna otra y que el frío de su acero ha abrasado más almas que el fuego del infierno.
 Su nombre es «Lilith», la leyenda narra que fue la primera mujer de Adán. Ella estuvo en el paraíso antes que Eva y por su propia iniciativa abandonó el Edén, convirtiéndose en un demonio, ahora está bajo el comando de Lucifer, a su servicio, es fuerte, tanto que es su mano derecha.
            —¿Dónde vas Caballero Templario? —me preguntó, con voz sensual —¿Por qué no has corrido despavorido como tus otros compañeros, escapando como una rata? Tal vez conozco la respuesta. Como bien puedes ver, soy un Nefilim, pero eso tú ya lo sabes ¿No es cierto? Porque tú eres un ángel.—Ella me ha olido, no tiene sentido que le conteste—. Estoy buscando… —hace una pausa, sonríe maliciosamente, para después continuar —… eso que llevas, ahí —dice señalando con el mentón mis vestidos en el lugar donde llevaba escondido el Santo Grial—. Estoy aquí solo por él y me lo darás, Uriel… o lo tomaré a mi manera y no te gustará…
            Un escalofrío me recorrió la espalda al sentirla pronunciar mi nombre, sabía más de lo que me esperaba, no había sido un caso que me encontrará.
            —¿Sabes mi nombre? —pregunté, mi identidad había sido descubierta y quien sabe desde cuándo.
            Lucifer sabía que yo era el encargado de proteger el Santo Grial. Tenía que escapar… no podía dejar que se apoderarán de él. Mi cobertura había saltado, ya ningún lugar en París era seguro para mí y tanto menos para lo que yo deseaba proteger. Tenía que pensar rápido y con lucidez. La miré directo a los ojos y puede ver un destello, intenté no mostrarle mi desazón al saberme descubierto. En mi rostro se instaló una expresión seria, la tensión de mi mandíbula y mi mirada glacial intentaban ser lo más creíbles posibles. Ella me miró y me devolvió una sonrisa burlona, para después hablar.
            —No sólo eso. Sé quién eres realmente, un Arcángel, el líder de los Ángeles guardianes en la tierra. Estás por debajo de las órdenes de ese insoportable de Gabriel—dice encogiéndose de hombros y poniendo los ojos en blanco al pronunciar el nombre— Has sido enviado por él para custodiar el secreto de los Templarios. Pero creo que como muchos otros fallarás en la empresa, ya que estoy dispuesta a matarte como hice con tantos otros como tu… no me importa tu rango, ni tu fuerza que son una nimiedad al lado de las mías, no te resistas, no podrás contra mí, yo soy más poderosa y si te empeñas en enfrentarme podrás apreciarlo, cuando corte tu garganta y te ahogues en tu sangre.
            La miré sin pronunciar palabra alguna, y sin parpadear manteniéndome en posición de ataque, continuaba hechizado por la belleza de aquel ser oscuro. Parecía que me habían cortado la lengua, no podía mover mis músculos.
Había luchado siempre en contra de ellos, pero jamás había visto una mujer tan perfecta, voluptuosa y atrayente, parecía tan frágil… pero me equivocaba, era un demonio que se escondía bajo una forma hermosamente lujuriosa.  Interpreto mi silencio y mi postura como una invitación a la lucha, después de todo era lo que haría, luchar para poder escapar de allí. Un fuerte golpe me trajo de nuevo a la realidad.
            —¿¡Eres estúpido!?—preguntó con un grito mientras su rostro se descomponía, los ojos le ardían —. Te digo que quiero el Santo Grial y me lo tienes que dar en éste mismo momento. Supongo que estás acostumbrado a acatar órdenes como buen siervo de tu Dios que eres. No te haces muchas preguntas, no decides, solo recibes órdenes y ejecutas… ¡Estúpido ángel! Pues bien, te doy una orden ¡Dame el Santo Grial! — ordeno con voz de trueno apuntándome con su espada que relució. Y como si de un volcán se tratara de mi interior iniciaron a brotar las palabras.
            —¡No pienso darte nada, no recibo órdenes de seres tan asquerosos como tú! ¡Si quieres, puedes intentar tomarlo por ti misma! —respondo y mi voz resuena en la asquerosa calle estrecha. Los perros aúllan enloquecidos. Algunos se agolpan al final de ella y ladran contra nosotros como enloquecidos.
            —Juro que si no haces lo que te estoy ordenando, te mataré muy lentamente, hasta que tú mismo me ruegues que termine con tu sufrimiento, para volver llorando a los pies de tu Creador… —amenaza ella. Su voz tiene un tono burlón y su sonrisa es tan cautivadora como terrorífica. Se me ponen los pelos como escarpias.
            Sus cabellos rizados ondean al aire parecen flotar y sus ojos relampaguean encendiéndose con fuerte intensidad y apagándose, dejándonos en la penumbra. Tomo aire y me persigno. Ella mueve la cabeza de un lado al otro y aprieta los labios en una sonrisa burlona al verme. Levanta una mano y estirándola hacia mí con la palma hacia arriba abre y cierra sus dedos como formando ondas, llamándome.
            Me lanzo hacia ella a la carga cuando estaba por impactar contra su cuerpo con la velocidad del rayo se apartó y sentí un golpe seco en mi vientre, ella me dio una patada muy fuerte y caí al suelo. Las piedras que tapizaban la calle, se clavaron en mi espalda como espinas. La mujer era mucho más fuerte de lo que aparentaba, tenía razón era poderosa.
—¡Eres muy fuerte demonio! —le digo, maltrecho desde el suelo. Agarrándome el estómago.
—Desde luego, las apariencias engañan ¿Creías que podías acabar conmigo rápidamente y seguir tu camino como una rata? —responde ella altanera, consciente que me está ganando.
            Blandió la afilada espada que había extraído al momento de nuestro encuentro, de la vaina colgada en su cintura. La alzó por los aires sin mayor esfuerzo y con las dos manos, para luego dejarla caer con todo su peso en dirección de mi cabeza.
En un movimiento veloz, rodando por el suelo, esquivé el golpe mortal. La espada impactó contra las piedras y saltaron chispas.
            Me puse de pie, empuñé mi espada, el brillo de la hoja cegó a mi adversaria. Aproveché para atacar, pero ella era más rápida, atajó mi estocada.
Nuestras espadas chocaron violentamente provocando chispas y un fuerte rumor metálico.
            Sentí repetidamente el frío del acero atravesar mi cuerpo, hundiéndose en mi carne. Acostumbrado a la lucha, no di peso a mis heridas, a pesar que dolían y escocían mucho más que cualquier otra que hubiese sufrido mi cuerpo a lo largo de todos estos años.
 Hacían mal hasta el hueso, sentía que con cada una perdía fuerzas, volviéndome débil y vulnerable, todo a mi alrededor giraba. Seguramente la espada estaba impregnada de algún veneno… pensé pero ya era tarde para hacer nada. Tenía que escapar lo más rápidamente posible de allí.
            Lilith se movía ágilmente dando pequeños saltos y moviéndose rítmicamente esquivando mis asaltos. Sus cabellos rubios ondeaban acompañando sus movimientos y sus alas oscuras estaban suspendidas en el aire con gracia.
            Me sentía muy cansado, llevaba muchos días sin comer, tenía los músculos tumefactos, eran meses que pasábamos escondidos día y noche en cualquier agujero, no estaba en mi mejor forma para afrontar una lucha de esas dimensiones con un Nefilim tan poderoso como ella.
            —Tengo que reconocer que ha sido duro encontrarte, pero al fin estamos aquí y no pienso dejarte escapar. No te resistas… —reconoció ella con una amplia sonrisa en sus turgentes labios, que dejaban al descubierto una larga fila de dientes puntiagudos—. Piensa que podrías evitar la muerte de muchos «inocentes» como los llamáis vosotros, entregándome el Santo Grial.  Si lo haces te juro que tu Maestre vivirá ¡Es una promesa! —su tono era burlón.
            —¡No es cierto! ¡Esto no terminará jamás! Y tú lo sabes —respondo poniendo la mano en el lado derecho de mi vientre que me duele a rabiar.
            —Lucifer comanda la mano de todos aquellos encargados de «impartir justicia» en estos momentos. Sabes que los estúpidos de los hombres se dejan convencer con cualquier cosa, así que él es el único que puede decidir quién vive y quién muere ¡Dame el Santo Grial! y te prometo que te mataré velozmente. ¿Acaso crees que es justo que estemos condenados a vagar en la tierra por los siglos de los siglos? ¿Es que tal vez tú y yo no estamos hechos de la misma materia? ¿Qué te hace diferente a nosotros? Mejor.—pregunta.
            —¡No pienso dártelo! Y somos muy diferentes porque hemos sido creados con una finalidad en concreto servir debajo de las órdenes de Dios, no a la par ni más arriba,  y cuanto menos traicionar, cosa que Lucifer se olvidó.
            En un descuido por parte de ella, le asesté en el vientre un golpe con mi espada, cayó al suelo hecha un ovillo, chillando.
Un hilo de sangre corrió bajo su cuerpo que yacía maltrecho.  No la maté, la dejé fuera de combate el necesario para poder escapar… a día de hoy me pregunto si hice bien en perdonarle la vida. Si hubiese acabado aquel día con Lilith tal vez hoy las cosas no estarían como están. Pero si no era ella, alguien más habría ocupado su lugar de cazador, porque el mal no tiene límites y al fin y al cabo algunas cosas suceden porque están destinadas a suceder.
La lucha había terminado y si algo puedo asegurar es que no olvidé jamás a esa mujer algo en mi interior me decía que en el futuro tarde o temprano nos volveríamos a encontrar…
            Corrí atravesando la ciudad, que iniciaba a despertarse, me envolví bien en mi capa y continué sin detenerme ni mirar atrás. Era solo cuestión de tiempo que los demás Caídos comenzaran a buscarme. Seguramente estaban tras mis rastros y no tardarían en dar conmigo.
            El encuentro con Lilith, me había hecho retrasar en mis planes y no era seguro dejar la ciudad bajo las luces del día, pero tampoco podía permanecer en ella mezclándome entre la gente. La furia de Lilith la volvería más astuta y terminaría por atraparme.
            De pronto una idea, esperaría hasta que cayera la noche escondido en algún lugar y aprovecharía la oscuridad para escapar del infierno y la trampa mortal en la que se había convertido la ciudad. Inicié a correr por callejones estrechos esquivando los grupos de soldados que se movían por las calles principales.
            Llegué al río, el Sena fluía tranquilo e impasible. Bajé a su lecho y allí me escondí entre la vegetación primero, luego en un hueco debajo de un puente que lo atravesaba.
            Pasé todo el día en aquel agujero esperando, escondiéndome, orando. El pensamiento de que un hombre inocente iba a morir para salvar al mundo de las tinieblas, Dios tenía un lugar para él a su lado.
            Descubrí una herida en mi estómago, allí donde Lilith había hundido con fuerza su espada, la lavé con el agua del río y la cubrí con una venda, hecha con un girón de mi camisa. Me dolía mucho, pero no le di mayor importancia, se curaría sola, los ángeles nos auto-curamos, poseemos ése poder. Aunque sentí que aquella herida era diferente, estaba seguro que la hoja de la espada estaba envenenada, con el correr de las horas inicié a sudar y las alucinaciones tomaron por asalto mi mente.
            Al ocaso la Isla de los Judíos, que se encuentra en el Sena, delante a la Catedral de Notre Dam, inició a iluminarse, la muchedumbre parisina se volcó gritando en las calles cercanas.
            De pronto se hizo el silencio, dentro de un carro tirado por caballos, venía transportado Jacques de Molay, la multitud dejó paso al cortejo. Yo asistía a la escena desde mi escondite, con la mente nublada y abotargada.
            La gente enloqueció e iniciaron a lanzar blasfemias contra ése pobre hombre. Oré con las pocas fuerzas que me quedaban, rogando a Dios por la salvación de su alma, injustamente juzgada. Él era solo un chivo expiatorio.
            Miré entre mis vestidos, rebuscando con mis manos, encontré cercano a mi pecho, al seguro, el Santo Grial lo apreté con fuerza y en mi estado de semi conciencia lo extraje y lo miré fijamente. Estaba dispuesto a hacer lo imposible para impedir que las fuerzas del mal se hicieran con él. « Yo te protegeré» le hablé como si de un ser humano se tratara. Todo me giraba.
            El cortejo se dirigió a paso lento a la Isla atravesando el puente, bajo el cual que me encontraba. A su paso la oscuridad descendía sobre la ciudad que quedaba atrás… testigo mudo de tanta atrocidad.
            Las campanas de la Catedral iniciaron a sonar con fuerza y estruendo. Las oía tañer dentro de mi cerebro.
Pasados unos minutos, vi a un grupo de guardias que ataban en torno a una gran viga al Gran Maestre, sin que éste pusiera resistencia alguna y encendían una hoguera a sus pies, sin ninguna piedad, mientras la muchedumbre enloquecía disfrutando de tan horrendo espectáculo.
            Me encontraba tan cerca que podía oír todo y percibir el olor del humo. Los gritos de la gente, las conversaciones.
Jacques de Molay habló antes de morir, lanzando una maldición sobre todos los que lo condenaron injustamente.
            Mi corazón se estrujó fuerte en el pecho, el mal había triunfado. Las lenguas de fuego envolvieron al desgraciado y se elevaron al cielo, consumiendo su cuerpo, devorándolo lentamente. El aire viciado con el humo de la carne quemada y la leña ardiente lo invadió todo.
            Había llegado el momento de abandonar la ciudad, tenía que encontrar un lugar seguro, debía marcharme, grupos de guardias se alternaban haciendo rondas por las calles estrechas de París, tarde o temprano acabarían encontrándome si me quedaba.
            Salí de mi escondite cubriéndome con la capa y el rostro con la capucha, ocultando mis vestimentas descoloridas, rotas y sucias pero que todavía dejaban entrever que un día había sido un Templario.
            Escapé de aquel infierno, escabulléndome, evitando las rondas de guardias. Salí de la ciudad, muchos de mis compañeros fueron asesinados cruelmente en nombre del mismo Dios al cual servíamos, a manos de hombres malvados guiados mediante tretas bien ideadas por los Nefilims que se aprovecharon de sus poderes para manipular sus mentes.
            Muchos otros ángeles murieron en aquel tiempo a lo largo y a lo ancho de Europa. No había manera de escapar a la matanza, pero yo no podía permitir que me encontraran, tenía que mantener a salvo el Santo Grial.
            Caminé entre las callejuelas, evitando las más traficadas, la noche estaba en todo su esplendor, nubarrones espesos cubrían el firmamento, haciendo la noche aún más negra y misteriosa.
Cuando alcancé los muros de la ciudad, no tenía aliento, me dolían las piernas y tenía la boca seca. Apretaba con tanta fuerza la espada entre mis manos contra mi pecho que me ardían las palmas.
            Abandoné el camino principal y me dirigí hacia las montañas atravesando los campos, era más seguro, ya que había patrullas por todas las carreteras, buscando Caballeros Templarios que habían escapado a su trágica suerte, una vez que los encontraran pondrían fin a sus vidas. Las órdenes eran acabar con ellos.
            Caminé un par de horas hasta que llegué a un lugar tranquilo en el bosque, había una pequeña gruta, entré y me tendí sobre la roca fría.
Sentí un fuerte dolor y una punzada en el estómago, allí donde tenía la herida que no se había curado. Como me temía me estaba envenenando y seguramente no me quedaba mucho tiempo.
            No podía encender el fuego, por temor a llamar la atención de algún transeúnte, así que me acurruqué tendido en el suelo frío, intentando recuperar algo de fuerzas para continuar mi camino.
            Cuando me desperté, era nuevamente de día. Sentía mucho frío, había iniciado a llover, el invierno me envolvía y reinaba opulento en las montañas.
Me miré el estómago, mis ropas estaban bañadas en sangre, las abrí con cuidado la herida se había infectado, la espada de aquel monstruo de Lilith me estaba matando lentamente.
La herida era profunda y había perdido mucha sangre, tenía toda la ropa mojada por la humedad de la noche y mi sangre.
Decidí que era mejor continuar mi camino, había pensado esconderme en los Pirineos: entre Francia y España, allí existe un Monasterio seguro, alejado de todos y de todo.
 No tenía mucho tiempo, sentía que con el pasar de las horas me debilitaba más y más, tenía que utilizar mis poderes para viajar, cosa que aún me habría debilitado más, pero de no hacerlo habría muerto allí mismo, entre las montañas nevadas, sin poder cumplir con el trabajo que me había sido encomendado, dejando a su merced el Santo Grial.
            Desplegué las alas que en mi espalda se abrieron camino rasgando mis vestimentas y me elevé hacia el cielo.
La mañana era fría y gris, la lluvia caía lentamente sobre mi cara, respiré hondo, el olor a musgo del bosque, hojas podridas y de naturaleza salvaje invadió mis pulmones, confiriéndome vida. Volé sin detenerme, aprovechando el viento de las alturas.

            Después de un tiempo considerable, las nubes se abrieron y puede ver el panorama, lo primero que divisé fue el Monasterio, que se materializaba como un espejismo entre las montañas y a sus pies se extendía el pequeño pueblo.
            El paisaje era glaciar, todo cubierto por una alfombra blanca. Inicié el descenso que no fue para nada tranquilo como me lo esperaba, las fuertes ráfagas de viento me hicieron perder el control, me dejé caer en la colina cercana al Monasterio.
            La nieve caía lentamente cerniéndose. Los copos volaban cayendo y posándose delicadamente sobre el paisaje. Me hundí en la mullida nieve, cayendo de rodillas, estrellándome.
El viento sonaba una triste canción, entre las copas de los árboles llenando el silencio de la mañana invernal.
Casi al límite de mis fuerzas me levanté del mullido colchón que había formado la nieve… con mi último aliento llegué arrastrándome hasta la puerta del Monasterio que se alzaba delante de mí como un gigante y llamé, golpeando la enorme anilla de hierro contra la madera, que retumbó con sonido metálico.
            El Monasterio asemejaba a una gran fortaleza blanca, de un blanco inmaculado, tan grande e imponente que infundía respeto.
Encallado sobre la cima de la gran montaña, parecía nacer de la misma roca, que luchaba por escapar de sus cimientos subiendo por sus paredes como lenguas, abrazándolo, enroscándose a ellas, convirtiéndose en uno, rocas, paredes, techos... eran un solo cuerpo.
            El techo rojo ladrillo, coronaba tan magnífica obra, otorgándole un aire real y austero.
            En la distancia, a los pies de él, el manto de nieve nívea cubría el pequeño pueblo que aún se acunaba en el sueño de una madrugada de crudo invierno. De las chimeneas de los hogares se elevaban hilos de humo blanco y el olor a leña quemada, perfumaba el aire.
            Después de llamar repetidamente a la gran puerta, caí exhausto sumergiéndome en un torbellino oscuro y frío, donde todo a mi alrededor daba vueltas…
Mi cuerpo yacía inerte sobre la fría roca que se enterraba en mi martirizada carne, pero ya no hacía caso al dolor. Solo podía mover mis párpados, ya que mi lengua y mi boca estaban paralizadas…
            Después de unos minutos, la puerta lentamente se abrió con un fastidioso chirrido, unos segundos después asomó el rostro de una mujer joven que entre incredulidad y sorpresa miró hacia donde me encontraba, sus ojos se llenaron de compasión y preocupación, el gesto de su rostro se tensó.
Vestía ropa oscura y llevaba la cabeza cubierta con una cofia. Era una mujer joven y muy bonita. Sin titubear se lanzó sobre mí, un perfume dulzón de jazmín invadió mis pulmones.
Acercó su oído a mi pecho, su aliento tibio acarició mi mejilla helada. Intenté hablar o tan sólo moverme pero todos mis esfuerzos fueron inútiles.
            —¡Dios mío! ¡Hermanas! ¡Vengan aquí, por favor! —gritó desesperada arrodillada a mi lado.
            Como nadie respondía a su llamado, se levantó dejándome tendido en el suelo frío y metiendo la cabeza por la puerta volvió a gritar, ésta vez con más fuerza.
            Me encontraba paralizado, mis miembros no respondían a las órdenes que le enviaba mi cerebro, sentía todo lo que sucedía a mi alrededor pero mis labios no se movían. La prisión de huesos y carne en la que se ha convertido mi cuerpo humano, me estaba jugando una mala pasada.
A mis oídos llegaron las voces distantes, de mujeres que hablaban con un tono de voz entre confundidas y atemorizadas. Un gran revuelo se generó en el interior y oí los pasos acercarse.
            —¡Por favor! Hay un hombre tendido en el suelo aquí fuera. Está herido y no se mueve, pero si no lo ayudamos seguramente morirá ¡Vengan conmigo, por favor!
            Apareció un grupo de mujeres, algunas jóvenes y otras más ancianas. Una, la más vieja del grupo habló, mientras me miraba sin ninguna expresión.
            —No podemos dejar entrar hombres aquí, hermana.
Era una mujer gorda y muy vieja, su rostro estaba surcado por las arrugas y su voz ronca, vestía un hábito negro y una cofia blanca.
            —Pero Madre Superiora, está herido y si no lo ayudamos ¡Morirá! —replicó la joven que me encontró, pude sentir en el tono de su voz, la valentía y el arrojo.
            —¡No, no podemos dejarlo entrar! —repitió con frialdad la vieja.
            Todas las demás miraban a mi defensora con los ojos abiertos como platos, pero ninguna pronunciaba palabra alguna.
            —¡Es un pobre hombre que necesita ayuda y nosotros estamos aquí para ayudar a las criaturas del Señor! ¿O no? —la muchacha volvió a hablar en tono decidido y desafiante.
            La joven monja, se arrodilló delante de la Madre Superiora y apelando al poder de Dios, suplicó, pero ésta no se inmutó.
Después de ver la reacción de la mujer, la muchacha se giró hacia mí y me miró detenidamente, mi capa se había abierto con el viento y dejaba entrever el símbolo de los Templarios, la cruz roja raída y manchada con mi sangre.
            —¡¡Es un Caballero Templario!! —exclamó con luz en sus ojos, cambiando su expresión, mirando al cielo, cómo dando las gracias.
            —¿Qué? ¿Y qué hace por estos lugares? ―preguntó visiblemente sorprendida y nerviosa, la vieja. El descubrimiento de la muchacha la había despertado del letargo.
            —Si no lo salvamos, no lo sabremos jamás y después de todo como dije antes es una criatura de Dios y como tal tenemos que ayudarlo, es nuestro deber.
            —¡Llevémoslo dentro! ¡Ahora mismo! —gritó la Madre Superiora, mientras las demás monjas armaban un enorme revuelo.
            La hermana que me encontró corrió con otras muchachas jóvenes y me cargaron hasta una celda, donde me tumbaron en un catre.
            —¡Necesita ayuda! Está herido y ruego a Dios que lo mantenga con vida… —dijo con una voz muy dulce la chica mientras acomodaba mi cabeza en una mullida almohada.
 Yo iniciaba a temblar como una hoja mecida por el viento un día de tormenta, el veneno me estaba matando y el frío no me ayudaba, además había gastado mis últimas fuerzas para llegar hasta el Monasterio.
 Rogué a Dios que me diera el tiempo necesario para contarle a la monja de mi secreto y que ella estuviera dispuesta a ayudarme a conservarlo, parecía una muchacha muy determinada, sería perfecta para convertirse en la Guardiana del Santo Grial.
            —Tenemos que quitarle la ropa mojada y sucia y curar sus heridas —habló otra muchacha regordeta, que tenía las mejillas rechonchas y rosadas, interrumpiendo mis pensamientos.
            Cuando las muchachas intentaron quitarme la ropa yo me aferré con fuerza al saco que llevaba atado en torno a mi pecho.
—Vamos tenemos que quitarle la ropa mojada, no se resista, no le haremos daño, aquí sus pertenecías están al seguro —explicó la muchacha que me había encontrado en la puerta.
Dejé de luchar inútilmente, y solté la bolsa, clavando mis ojos en los suyos… pude ver que eran de color avellana, llenos de compasión. Me sonrió y con cuidado depositó su mano en la mía.
—Ve… ne… no —balbuceé. Con las últimas fuerzas que me quedaban pude emitir la palabra, mientras de mi boca iniciaba a salir un hilo de saliva espumosa.
—¡Dios mío! No sólo está mal herido, sino que también lo han envenenado. Debemos actuar rápido— exclamó dirigiéndose a la otra muchacha, que salió disparada como alma que se la lleva el diablo.
—Tranquilo, no se va a morir… Dios no lo permitirá —dijo en mi oído.
Mis fuerzas me abandonaron y caí en un profundo sueño del cual me desperté una semana más tarde.

—Hola… —una voz dulce me hablaba.
Aún me sentía cansado y confundido. Los párpados me pesaban pero inicié a despertarme lentamente, me llevé una mano a la herida y en su lugar no había más que una venda…
Miré sorprendido a la muchacha desgarbada que me observaba con una sonrisa en los labios desde los pies de la cama, sentada en un banquillo desvencijado.
La luz tenue del sol que se colaba por una pequeña ventana, la iluminaba de una manera especial, di un salto en la cama cuando descubrí que el Santo Grial no estaba conmigo.
—¿Dónde está lo que llevaba conmigo? —pregunté aterrorizado.
Mirando a mi alrededor, pude ver la celda donde me encontraba. Era muy pequeña, tenía las paredes de piedra, y en su interior no se encontraba más que la cama en la que yo estaba, una mesilla desvencijada donde reposaba un crucifijo de madera y la pequeña ventana, por la que entraban aire y luz.
La muchacha sonrió, dejó el libro que tenía en sus manos en la mesilla, se acercó a los pies de mi cama y habló.
—Tranquilo. Te encuentras a salvo en el Monasterio de Irsea, aquí estás al seguro…
Llegaste hace más de una semana atrás a nuestra puerta, muy mal herido y envenenado, pero el peligro gracias a nuestro Señor, ha pasado y ahora estás mejor.
Era una muchacha muy joven y bella. Tenía la piel pálida y las mejillas rosadas, sus ojos eran color almendra y despedían un brillo especial, enmarcados con largas pestañas oscuras y el timbre de su voz era tan dulce como la miel…
Gracias a su determinación y arrojo, estaba vivo. No podía imaginar que hubiera pasado una semana de mi llegada, pero sí recordaba todo lo que había sucedido el día de mi arribo.
—Gracias —dije mientras me cubría con las mantas, el torso desnudo —¿Dónde están mis cosas?
—Allí, dentro de ésa caja…— señaló con el dedo índice un cajón de madera que se encontraba a los pies de la cama contra la pared, el cual no había visto yo antes.
            Suspiré aliviado y di gracias a Dios en mi fuero más íntimo.
            —Gracias por haberme salvado la vida. Me llamo Uriel —hablé más compuesto.
            La muchacha parecía ser una persona muy buena. Me sentí tranquilo. Dios había escuchado mis humildes plegarias y me encontraba con vida, eso quería decir que estaba de acuerdo con que le contara mi secreto a la joven y compartiera el peso de mi deber con ella.
            —Es nuestro deber, acudir a los enfermos. Yo soy Marina —tendió su mano hacia mí y yo la sujeté con fuerza, su piel era suave al tacto y tibia tal y cual me la había imaginado.
            Pasaron una fracción de segundos y la quitó, sus mejillas se encendieron volviéndose color carmín, bajó la mirada y se alejó volviendo a su lugar a los pies de la cama.

En el Monasterio pasé mucho tiempo, al seguro entre sus muros… Compartí mi secreto con la Congregación y ellas fueron felices de ayudarme a custodiarlo.
Ideamos un plan que durante muchos años funcionó, en un principio mantuvimos la reliquia en el Monasterio, escondido y al seguro entre sus paredes. ¿Qué mejor lugar que a la vista de todos? En la pequeña iglesia, en el altar grande.
 Con Marina llegamos a un acuerdo, ella me ayudaría a mantener a salvo el Santo Grial pero no deseaba ser su custodia porque consideraba que como ser humano no era digna de tal tarea y que tarde o temprano podía sucumbir a la tentación del mal.
Era tan humilde y generosa, de espíritu limpio y su alma pura, una criatura digna de la creación de mi Dios. Por personas como ella valía la pena luchar…
Los años para ella pasaron, devastando y consumiendo su cuerpo menudo, y yo continuaba como el día en el que la conocí, joven, mi cuerpo no advertía las señales del tiempo. Muchas de las hermanas murieron… la comunidad poco a poco fue diezmándose.
Marina inició a temer por mi aspecto, inició a sospechar y para que no se le alejara de mí ni me temiera, decidí confesarle que era un ángel enviado a la Tierra para dirigir a los ejércitos de ángeles de luz, y que por ello debía abandonarla con tan pesada carga, para ir donde otros me necesitaban.
Ella me aseguró que conocía un buen lugar en medio de los montes, entre las altas cimas de las montañas para ocultar tan pesada carga, donde estaría al seguro de cualquier peligro terreno…
Después de esconderlo me dijo que escribiría un libro en el cual narraría ésta historia, la importancia del Santo Grial, y el lugar donde lo habría escondido. Quedándose sólo con el libro, iniciaría el legado de «los Guardianes del Libro», que custodia el secreto del paradero del Santo Grial.
            Pensé que era una buena idea, después de todo, la vida de los humanos es efímera. No les daría tiempo a los guardianes a descubrir su destino a menos que el libro un día estuviera en peligro.
El secreto del buen funcionamiento de dicha idea era que las personas, «Los Guardianes» serían elegidos para tan importante misión, antes de nacer.
            De tal manera que se conservaría en secreto su identidad, manteniendo al seguro a los elegidos durante toda su vida y en caso de ser necesaria su intervención porque el libro corría peligro, sería desvelada su identidad a ellos mismos para que puedan actuar en consecuencia. No pudiendo renunciar a tal honor salvo causa de muerte.
            El o la Guardiana tendrían el deber de mantener el libro a salvo y con él el secreto del paradero del Santo Grial (la reliquia más ambicionada) y si el humano elegido muere o sucumbe a la perversión sería mi deber terminar con la amenaza acabando con su vida, para que el o la próxima predestinada ocupara su lugar y si se daba el caso que quien cayera en las garras del mal era un Ángel, la misma guardiana tendrá en sus manos y en su sangre el poder de liberar del «envoltorio» humano y corrupto la esencia del ser angelical para que vuelva a su estado inmaterial puro.
            De tal manera para mantener el secreto del contenido del libro a salvo Marina dispuso que éste solo podría ser abierto cuando se produjera «La Luna de sangre» que conjugada con la sangre del guardián abrirían el sello del libro, proporcionándole a éste el poder de descifrar lo que en él está escrito, siendo imposible, de otra manera. Convirtiendo al guardián en una especie de llave.
            Dicho fenómeno astronómico, «La luna de sangre» sólo se produce una vez cada cien años… razón por la cual por centurias completas el libro estaría a salvo.
 Dios estuvo de acuerdo… y se encargó de nombrar a los guardianes siguientes. Muchos de los humanos que fueron elegidos no lo supieron nunca…porque no hubo necesidad de que su verdadera identidad les fuera revelada.
Así es como tiene inicio el legado de «los Guardianes del Libro»… 


Espero que les haya picado la curiosidad y que la lean...